Avui, 10 de octubre de 2002

Artículo original en catalán

A Julia Otero, que sabe de qué hablamos

Pilar Rahola

Una de las virtudes periodísticas de Julia Otero, desde mi punto de vista, es su condición previa a la profesión: tiene opinión sobre las cosas, de forma que su obligada neutralidad profesional parte de una bien construida, inteligente y comprometida subjetividad ideológica. Es decir, desde el posicionamiento vital y social, es desde donde se escucha, interroga y transmite. Ningún periodista que no parta de un cerebro bien amueblado y de un compromiso reflexivo con su entorno puede ser considerado fiable, al menos profesionalmente hablando. El entrevistador puro, desprovisto de opinión sobre aquello que interroga, no es un periodista, sino un locutor de preguntas, alejado de la capacidad incisiva, del dominio del matiz, de la educada mala leche que define a los mejores. Por eso, personalmente, me interesa una profesional como Julia. Porque me interesa previamente la ciudadana que piensa, que opina y que se compromete. Hago este introito para una de estas opiniones comprometidas que Julia hizo en La Vanguardia de hace unos días. Convertida en titular de la entrevista, esta era la reflexión central: “Hace falta feminizar los horarios laborales”, y añadía un seguido de opiniones sobre la compatibilización entre la vida familiar y el trabajo que me resultaron tan sugerentes como acertadas. Un ejemplo: “En mi equipo tengo prohibidas las reuniones después de las siete de la tarde: ¡todo el mundo a casa! Hace falta tener tiempo para atender el núcleo familiar”. “Son los hombres los que imponen los horarios de trabajo. Tienen poca prisa para volver: cuanto más tarde mejor, que así todo estará hecho. Y las mujeres, a correr para llegar a todas partes”. “Que los señores dejen estas comidas de trabajo con puro y sobremesa, que dejen de llegar a las cinco de la tarde al trabajo... para después ir las mujeres de cabeza hasta las diez de la noche, porque el señor, claro, no tiene prisa por volver a casa”. ¡Diana! Desde mi perspectiva, Julia Otero hizo una diana precisa en el foco del problema principal que actualmente afecta de pleno al bienestar y, por lógica, a la felicidad de miles de parejas con trabajo, hijos y agendas complicadas. Hoy rescato de la memoria, a raíz del estudio coordinado por Salvador Cardús que habla de la cuestión de la salud, el tiempo y la infancia. “La falta de conciliación de los horarios familiares perjudica la salud”, dice el expresivo titular que encabeza la información, y añade un listado de cincuenta propuestas para evitar esta enorme dificultad que tienen las familias de hoy en día a la hora de compaginar sus vidas. 

Dado que no conozco el estudio más allá de la noticia, sólo hago referencia elogiosa, dada su relevancia. Me consta, sin embargo, que el estudio habla justamente de conciliar horarios laborales, de políticas de género, de guarderías e, incluso, usando un término altamente interesante, introduce el concepto de “empresa socialmente responsable”.

Hablamos siguiendo el bien vertebrado eje que Julia Otero planteaba. En veinte años, en todo el Estado, se ha pasado de tres millones de mujeres trabajadoras a más de siete millones. La cifra de hombres trabajadores sólo ha variado de nueve millones a nueve millones y medio: es decir, la incorporación laboral de la mujer es la gran revolución social de los últimos tiempos. Revolución que trastoca todos los hábitos, desde los colectivos hasta los privados. Ahora, sin embargo, esta incorporación no ha significado un reparto equitativo del trabajo doméstico ni de la responsabilidad familiar, por lo que la mujer se ha sobrecargado hasta el delirio. A falta de datos más cercanos, este es el último estudio de una universidad norteamericana sobre el tema: una mujer pasa once años y medio de su vida cuidando personas, hijos, abuelos, parientes...; un hombre pasa medio año de su vida. ¡Once años de diferencia! Es decir, el problema nace cuando la mujer se incorpora masivamente al trabajo, pero, al tiempo, nada cambia en los hábitos laborales y sociales. Sobrecargada y obligada a compatibilizar un mercado laboral masculinizado y una estructura familiar aún clásica, la mujer no llega, el hombre pasa y los hijos se sobrecargan, a su vez. ¿Responsabilidad femenina? Una clara inequívoca y bien delimitada responsabilidad masculina, no tanto porque no haya hombres que comiencen a compartir responsabilidades, sino porque no han variado las pautas masculinas que rigen el mercado laboral. Todo está pensado para el concepto patriarcal de familia, horarios, reuniones, comidas, de manera que, cuando no hay ninguna mujer en casa, el núcleo familiar entra en un callejón sin salida.

Como eslabón más débil de la cadena, es inevitable que los hijos padezcan las consecuencias de esta falta de conciliación entre familia y trabajo. Las padecen no porque tengan madres trabajadoras, un elemento que enriquece notablemente el núcleo familiar, sino porque los padres son sólo fundamentalmente padres trabajadores.

Más allá, pues, de las muchas propuestas que se puedan hacer, y del estudio presentado, y de las buenas intenciones, incluso mucho más allá de la capacidad privada de pactar el día a día -muchas familias, a pesar de todo, lo consiguen- hace falta con urgencia cambiar el paradigma laboral que nos estructura. Es decir, pidiéndole prestado a Julia, ¡hace falta feminizar los horarios laborales!, feminización sin la cual el resto es papel mojado. No hace falta decir que, en el proceso de feminización, hace falta cambiar también nuestro cerebro social masculino. Se trata de incorporar la familia al mercado laboral y de incorporar al hombre a la familia. Se trata de entender que la mujer trabajadora es la artífice de una trasgresión histórica profunda y enriquecedora, pero que no es complementaria si no es liberada del sobrepeso que ahora carga. Se trata de entender a los hijos como una responsabilidad compartida y, desde esta pauta, entender la conciliación de horarios como una obligación moral. Se trata, en definitiva, de creerse de verdad la revolución femenina y dejar de tratarla como si fuera un puro cambio estético de paisaje. No nos hemos incorporado al mercado laboral. Hemos revolucionado la sociedad. Ahora solamente hace falta que la sociedad se dé cuenta...

Pilar Rahola. Escritora y periodista

 


Artículo original en catalán:

Feminitzar els horaris laborals, creure en la revolució social de les dones

A la Júlia Otero, que sap de què parlem

Pilar Rahola

Una de les virtuts periodístiques de la Júlia Otero, des del meu punt de vista, és la seva condició prèvia a la professió: té opinió sobre les coses, de manera que la seva obligada neutralitat professional parteix d'una ben construïda, intel·ligent i compromesa subjectivitat ideològica. És a dir, des del posicionament vital i social, és des d'on escolta, interroga i transmet. Cap periodista que no parteixi d'un cervell ben moblat i d'un compromís reflexiu amb el seu entorn pot ser considerat fiable, si més no professionalment parlant. L'entrevistador pur, desprovist d'opinió sobre allò que interroga, no és un periodista, sinó un locutor de preguntes, allunyat de la capacitat incisiva, del domini del matís, de l'educada mala llet que defineix els millors. Per això, personalment, m'interessa una professional com la Júlia. Perquè m'interessa prèviament la ciutadana que pensa, que opina i que es compromet. Faig aquest introito per una d'aquestes opinions compromeses que la Júlia va fer a La Vanguardia de fa uns dies. Convertida en titular de l'entrevista, aquesta era la reflexió central: "Cal feminitzar els horaris laborals", i afegia un seguit d'opinions sobre la compatibilització entre la vida familiar i la feina que em varen resultar tan suggeridores com encertades. Un exemple: "En el meu equip tinc prohibides les reunions després de les set de la tarda: tothom a casa! Cal tenir temps per atendre el nucli familiar". "Són els homes els que imposen els horaris de treball. Tenen poca pressa per tornar: com més tard millor, que així tot estarà fet. I les dones, a córrer per arribar a tot arreu". "Que els senyors deixin aquests menjars de feina amb puro i sobretaula, que deixin d'arribar a les cinc de la tarda al treball... per després fer anar de bòlit les dones fins a les deu de la nit, perquè el senyor, és clar, no té pressa per tornar a casa". Diana! Des de la meva perspectiva, Júlia Otero va fer una diana precisa en el focus del problema principal que actualment afecta de ple el benestar i, per lògica, la felicitat de milers de parelles amb feina, fills i agendes complicades. Avui ho rescato de la memòria arran de l'estudi coordinat per en Salvador Cardús que parla de la qüestió de la salut, el temps i la infància. "La falta de conciliació dels horaris familiars perjudica la salut", diu l'expressiu titular que encapçala la informació, i afegeix un llistat de cinquanta propostes per tal d'evitar aquesta enorme dificultat que tenen les famílies d'avui dia a l'hora de compaginar les seves vides. Atès que no conec l'estudi més enllà de la notícia, només en faig l'esment elogiós, donada la seva rellevància. Em consta, però, que l'estudi parla justament de conciliar horaris laborals, de polítiques de gènere, de guarderies i, fins i tot, usant un terme força interessant, introdueix el concepte "d'empresa socialment responsable".

Parlem-ne seguint el ben vertebrat eix que la Júlia Otero plantejava. En vint anys, a tot l'Estat, s'ha passat de tres milions de dones treballadores a més de set milions. La xifra d'homes treballadors només ha variat de nou milions a nou milions i mig: és a dir, la incorporació laboral de la dona és la gran revolució social dels darrers temps. Revolució que trastoca tots els hàbits, des dels col·lectius fins als privats. Alhora, però, aquesta incorporació no ha significat un repartiment equitatiu del treball domèstic ni de la responsabilitat familiar, per la qual cosa la dona s'ha sobrecarregat fins al deliri. A falta de dades més properes, aquest és el darrer estudi d'una universitat nord-americana sobre el tema: una dona passa onze anys i mig de la seva vida tenint cura de persones, fills, avis, parents...; un home hi passa mig any de la seva vida. Onze anys de diferència! És a dir, el problema neix quan la dona s'incorpora massivament a la feina, però, alhora, res no canvia en els hàbits laborals i socials. Sobrecarregada i obligada a compatibilitzar un mercat laboral masculinitzat i una estructura familiar encara clàssica, la dona no hi arriba, l'home passa i els fills se sobrecarreguen, al seu torn. Responsabilitat femenina? Una clara, inequívoca i ben delimitada responsabilitat masculina, no tant perquè no hi hagi homes que comencin a compartir responsabilitats, sinó perquè no han variat les pautes masculines que regeixen el mercat laboral. Tot està pensat per al concepte patriarcal de família, horaris, reunions, àpats, de manera que, quan no hi ha cap dona a casa, el nucli familiar entra en un atzucac.

Com a anella més feble de l'estructura, és inevitable que els fills pateixin les conseqüències d'aquesta manca de conciliació entre família i treball. Les pateixen no pas perquè tinguin mares treballadores, un element que enriqueix notablement el nucli familiar, sinó perquè els pares són només fonamentalment pares treballadors. Més enllà, doncs, de les moltes propostes que es puguin fer, i de l'estudi presentat, i de les bones intencions, fins i tot molt més enllà de la capacitat privada de pactar el dia a dia -moltes famílies, malgrat tot, ho aconsegueixen-, cal amb urgència canviar el paradigma laboral que ens estructura. És a dir, manllevant la Júlia, cal feminitzar els horaris laborals!, feminització sense la qual la resta és paper mullat. No cal dir que, en el procés de feminització, cal canviar també el nostre cervell social masculí. Es tracta d'incorporar la família al mercat laboral i d'incorporar l'home a la família. Es tracta d'entendre que la dona treballadora és l'artífex d'una transgressió històrica profunda i enriquidora, però que no es completarà si no és alliberada del sobrepès que ara carrega. Es tracta d'entendre els fills com una responsabilitat compartida i, des d'aquesta pauta, entendre la conciliació d'horaris com una obligació moral. Es tracta, en definitiva, de creure's de veritat la revolució femenina i deixar-la de tractar com si fos un pur canvi estètic de paisatge. No ens hem incorporat al mercat laboral. Hem revolucionat la societat. Ara només cal que la societat se n'adoni...

Pilar Rahola. Escriptora i periodista


Política de Privacidad Política de Cookies © 1998-2024 juliaotero.net