La Vanguardia, 27 de febrero de 2001
Nuria Escur
Hay que aclarar que Julia escogió este disfraz antes de conocer el resultado final de las votaciones del Cercle del Liceu, por las que no se admite a mujeres como socias del club. Pero esta periodista gallega ha venido a flirtear con la ironía, no con la reivindicación. No reclama esa posibilidad para ella, no le interesa formar parte de un club tan anacrónico, su interés circula por otros pagos. Ha aceptado la invitación como una pequeña boutade a una realidad que le indigna. Es un socio de principios del s. XX.
-¿Qué les diría a estos señores?
-Forman parte de un grupo minoritario, gente que creo que deberíamos cuidar como especie en extinción. Son como el lince español desaparecido de los bosques. Yo creo que a estas rara avis habría que montarles, por lo menos, un parque temático donde los niños puedan visitarles y conocer así un lindo vestigio del pasado.
Tiene, esta mujer -porque realmente, de hombre le queda sólo la chistera- algo demoledor conseguido después de muchos esfuerzos. Si hubiera adjetivo para definirla creo que sería "resolutiva". Julia es, básicamente, resolutiva. Llegó a Barcelona a los tres años, estudió en la escuela de monjas -en cuyo patio se rompió la nariz jugando a rugby- y, a pesar de que iba para médico, un amor le llevó hasta Radio Sabadell a los diecisiete años. Allí empieza el periplo periodístico de una mujer que ha llegado a los cuarenta con la seguridad de que, para ser libre siendo popular, hay que asistir al teatro al día siguiente del estreno. No le han llegado quejas de los fans de Mari Pau Huguet a quienes les han cambiado la sonrisa por la inquisición.
Le veo algo de la escuela Puyal. O sea, trabajo, trabajo y más trabajo. Y un ego equiparable a su talento. Son seres incombustibles. De Pellicer me cuenta que admira su seguridad, rigor y seducción; de Puyal "que ha sido el profesional que más y más brillantemente ha reflexionado sobre el hecho comunicativo" y de Bassas que es "el trabajo bien hecho, la distancia justa, paradigmática, hacia la información".
Hubo un día en que a esta señora la echaron de Onda Cero porque su programa era, textualmente, "elitista e intelectualmente elevado". Pero se olvidaron de añadir que era el primero en audiencia. ¿Qué gestor no sueña con un programa que una audiencia y calidad? Como la interpretación política era la única posible Julia aprendió que prefería estar en su silla de recién despedida que en la del cargo que tenía delante: "Así se lo dije: tu papel es patético. Es mucho mejor ser objeto de una injusticia que cometerla". Durante el trimestre siguiente a su ausencia, la audiencia se redujo a menos de la mitad.
Hace cuatro años decidió asumir la maternidad en solitario. No ha querido nunca desvelar el nombre del padre de la criatura y ha sabido domesticar a los medios para que la respeten: "Tener a Candela me ha enseñado a reafirmar algo que ya intuía antes de ser madre: que el trabajo no es lo más importante de esta vida."
Eso ya lo aprendió Julia a los 19 años, cuando la operaron a vida o muerte, y supo que eso de poder levantarse cada día no era poca cosa. Miro esa cicatriz que le queda en el abdomen. Es mucha mujer para tanto sucedáneo. Me quitaría el sombrero, pero lo lleva ella.
Ni diez minutos para temas "rosas". De hecho, Julia Otero no quería ni disfrazarse, no lo ha hecho nunca y ya le basta con el disfraz diario "de este circo mediático en el que sobrevivimos, eso es lo peor de este trabajo". Nunca sintió la necesidad de disfrazarse porque desde el momento en el que se entra en la esfera pública uno ya lleva el disfraz que le adjudica la mirada de los otros: "Te visten los demás, te ven como quieren verte, te añaden vicios o virtudes".
Pero accedió y aquí está, con algo de fiebre y una voluntad envidiable, después de elegir este disfraz entre los dos que sugirió: subcomandante Marcos (que ha anunciado sacarse el pasamontañas el próximo 10 de abril) y de mujer afgana, "con la ventanilla de la burka abierta porque este tema me parece una vergüenza planetaria". Así anda Julia, arriba y abajo y sin canguro. Su compañero, médico, se ha acostumbrado a ser casi el único que la ve sin maquillar aprovechando, además, "que la vida social no me interesa para nada, en lugar de salir prefiero irme a mi casa". Con el paso de los años le importa menos dudar en público. Por eso utiliza una ingenuidad tramposa, "porque cada día me hacen sospechar las cosas meridianamente claras". En "La Columna" trabaja con un equipo de gente al que trata, dice, "como colegas, creo que no hay damnificados". Sigue en su decisión de no regalar ni diez minutos a la mercadería rosa.
Bajo el disfraz. Anecdotario fotográfico de la serie "¡Es Carnaval!"
La Vanguardia, 28 de febrero de 2001
Retratados también entre bambalinas, los disfrazados dejaron ver la cara que escondían tras la máscara
Fin de fiesta. Durante once días han pasado por este pasacalles periodístico personajes del mundo cultural, político, deportivo y empresarial catalán. Bajo la premisa de que el sentido del humor es signo de inteligencia, decidieron aceptar un reto de caricaturización. Un ministro, un conseller, presidentes, escritores... se transformaron por unas horas en su álter ego, en algunos casos, o en su personaje antagónico, en otros. Nos visitaron Mozart, Gaudí, Picasso..., incluso santos como Sant Jordi o leyendas como el rey Arturo. De ellos, de lo que mostraron y lo que escondieron, de lo que dijeron y lo que callaron, cada lector pudo destilar alguna verdad. Los secretos siguen ahí. Basta interpretarlos.
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JULIA OTERO / SOCIO DEL CERCLE DEL LICEU
Escogió el personaje antes de que se hicieran públicas las votaciones del Cercle. Así, vestida de hombre, realizó uno de los ejercicios más atrevidos, aunque aparentemente más discreto. Julia Otero, que no es precisamente una advenediza en este mundo mediático, manifestó su disconformidad con quienes no aceptan que las mujeres sean socias. Sugirió "que este verano hagan unos bolos con 'bolas blancas y bolas negras'". Eva Caño fue la dama de época de la foto.