El Semanal Digital, 2 de diciembre de 2004

Antonio Jiménez

Cuando llega el otoño hay que cuidarse de dos cosas: los catarros y los poetas. Añadan a esa lista un tercer elemento disuasorio como la televisión, que es muy común en nuestra cultura de lo audiovisual. Cuando las hojas caen con despreocupación alfombrando calles y veredas, la caja tonta suele regalarnos productos sui generis, nacidos con el ánimo de mejorar lo anterior y bien pertrechados de moralina.

En este otoño han madurado contra natura y a destiempo Las Cerezas, y de ahí que resulten insípidas al paladar. Estas cerezas de Julia Otero no se parecen en nada a las del Valle del Jerte, dulces y carnosas, redondas de sabor e impecables de presentación. El programa, simple de ejecución, está adornado con toques de pretencioso glamour intelectual y una aparente altura de miras, que termina provocando vértigos y mareos a los espectadores que huyen en masa "porque aquí no hay quien viva", mientras los sindicatos del Ente denuncian que la presentadora se lo lleva calentito y en rama. Se supone que la señora Caffarel tendrá espasmos de divinidad cuando Otero entrevista a personajes como Carod-Rovira, un ejemplo de demócrata de toda la vida, o como Antonia dell´Atte, con el objetivo de levantar la audiencia, aunque ella tenía jurado sobre un libro de Saramago que jamás haría prensa rosa porque no era su estilo.

El resultado de tantas lecciones de ética y estética de periodismo universal es una castaña propia de la estación que vivimos, eso sí, con mucho sesgo y muy cara. Nuestra televisión adolece de cerezas auténticas pero sigue sobrada de castañas pilongas ofrecidas a precio de caviar. Será cosa del otoño; a unos se nos cae el pelo y a otras, como a la vicepresidenta Fernández de la Vega, se les debe alterar el sentido común para aceptar la sugerencia de Mercedes Milá de promocionar la Constitución Europea en un espejo catódico "cuajado de buenos principios y virtuoso civismo" como es Gran Hermano. Si la reala de acémilas bobas que dormitan y abrevan en ese hediondo escaparate de mal gusto se convierten en postuladores de la Carta Magna europea, que no cuenten conmigo. Sospecho que ésta es una buena razón para sopesar el sentido del voto. Ni el texto Constitucional de la Unión podía caer tan bajo, ni los fraternales parásitos de Guadalix de la Sierra volar tan alto.


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