Editorial del 16 de noviembre de 2015

Cuando les dije el viernes, solo dos horas antes de la matanza en París, “buen fin de semana, hasta el lunes”, no podíamos imaginar que el fin de semana sería lo que ha sido y que el lunes a esta hora yo no sabría cómo empezar un programa de radio.

Son admirables esos colegas, analistas o políticos de todo pelaje que tienen siempre las cosas claras y saben cómo dirigirse a su parroquia. Algunos son partidarios de las bombas y la guerra, otros arremeten contra los vicios históricos de Occidente, causante de todos los males de la tierra. Alguno nos ha llamado cobardes por tener miedo y carecer de agallas; otro, apóstatas por no rezar a nuestro Dios porque ya no creemos en él y por tanto carecemos de músculo moral.

Están los biempensantes que sugieren que la democracia se defiende con democracia, y los bélicos que no ven fin a esto hasta que los buenos no cojan los carros de combate y se planten donde está la cabeza de la hidra.

En realidad, unos y otros hablan para llenar el silencio porque todos, sin distinción, saben que no saben cómo se para esto. ¿Cómo se vence a un ejército anónimo, disfrazado de civil, que se pasea por nuestras calles y vive a nuestro lado? ¿Cómo se gana a quién está dispuesto a matarse para matarnos?

Perdonen que sólo formule preguntas. No tengo otra cosa.


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