El País, 7 de abril de 2012

Por Juan Cruz

En 2000 le quitaron a Julia Otero su programa de Onda Cero porque hacía un buen programa de radio. Luego se lo restituyeron, muchos años más tarde, y ha seguido haciendo ahí un trabajo excelente. Ha estado en la televisión y ahí ha hecho también el papel que se espera de una periodista como ella, culta y empeñada, además, en ser cada vez más culta y por tanto mejor periodista, más capacitada para entender a los otros, para no tolerar lo intolerable y para tolerar también aquello con lo que ella no está de acuerdo. Una buena periodista, sin duda, porque no es cínica y porque, como quería Kapucinski de los que hacen periodismo, es una buena persona.

Ahora le han propuesto hacer un programa de entrevistas en Televisión Española. Y, como decía Francisco Candel que ocurrió tras la publicación de su libro sobre Barcelona, ¡Dios la que se armó! Los que consideran que al que no les baile el agua no hay que darle ni agua han salido a las palestras cavernarias a avisarle al partido que gobierna ahora que evite por todos los medios que entre en esa Casa esta enemiga de la sacrosanta verdad que ellos creen que predican.

Al tiempo que surgen esas voces que le piden al PP que ejerza el poder que tiene y que haga imposible el acceso de Julia a esa pantalla viene de Almería la noticia de que un alcalde desavisado por la historia ha decidido retirar el nombre de Rafael Alberti de la fachada del teatro que hasta ahora ha tenido el nombre del autor de Sobre los ángeles.

Son síntomas graves de un desentendimiento de la realidad que resulta peligroso en un país cuyo aprendizaje democrático pasa por entender, por ejemplo, que la historia democrática de la cultura no se puede tachar, en el caso de Alberti, y por saber que Radiotelevisión Española se ha dotado de un estatuto que deja a los profesionales que manden en ella el arbitrio de las decisiones relativas a su programación, en todos sus términos.

Apelar al cambio político para tratar de condicionar el futuro de ese medio público también en la libre contratación de los periodistas es una mezquindad que el partido al que se dirigen debería cortar de raíz.

Como en Almería alguien debería controlar el martillo con el que quieren eliminar el nombre de Rafael Alberti, en la televisión pública alguna mano ha de venir que impida que la tachen como si no hubiera existido.


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