La Vanguardia, 26 de febrero de 2021

Jordi Évole

Cuando todavía no se usaba el término, ella ya era influencer. Yo estaba chiflado por la comunicación, por la radio, por la tele. Pasión adolescente. Mis otros influencers se los pueden imaginar: Gabilondo, Sardà o Arús en la radio. Y Puyal, Milá o Chicho en la tele. Y un día apareció ella.

De no haber sido porque a finales de los ochenta todavía éramos muy machitos, le hubiese copiado su peinado pelopincho con el que presentaba el concurso 3x4. Yo ahí no sabía que ella era periodista, hasta que la vi entrevistando en La lluna, primero en catalán y luego en castellano. Todo el mundo pasaba por aquel programa, donde la presentadora conversaba con sus invitados, y con mucha clase les sacaba confesiones que solo le hacían a ella.

Hemos aprendido de Julia Otero a preguntar, a dialogar, a decir lo que pensamos sin crispación

La gota que colmó el vaso fue el primer Telepasión española, donde no tuvo manías en cantar un Blue moon que ya es historia de la televisión. (Memorable en ese programa fue el tango Cambalache interpretado por Pedro Piqueras, que ya nos cantaba que “el siglo XX es un despliegue de maldad insolente”, y no era la entradilla de una noticia de su infor­mativo).

Martín Tognola

Empecé la carrera en el 92, después de las Olimpiadas, donde ella presentó Jocs de nit, otro programa de entrevistas por el que pasaban vips internacionales que habían venido a participar o a disfrutar de los Juegos de Barcelona. En segundo de carrera, nos pidieron una práctica para la asignatura de radio. Y a mí se me metió entre ceja y ceja entrevistarla. Y no me pregunten cómo, pero lo conseguí. Que una estrella como ella le concediese una entrevista a un estudiante me pareció toda una declaración de principios. Me citó en los antiguos estudios de Onda Cero, en la Rambla. Llegó camuflada a la emisora: gafas de sol, pañuelo al cuello, supongo que para que no la reconocieran por la calle. Su popularidad en aquel momento ya había estallado. “Perdona, pero no voy a tener más de diez minutos”, me dijo. Y me metió en la discoteca de Onda Cero para que tuviésemos el menor ruido posible. Yo hice lo que pude ante mi influencer. Admirar y entrevistar normalmente maridan mal. Pero algo cómoda se tuvo que sentir para que los diez minutos se convirtieran en cuarenta. Le pedí un autógrafo al despedirme (el fan venció al protoperiodista) y ella me escribió que siguiese así y que me acompañase la ­suerte. El rotulador no era indeleble y la palabra suerte se borró, aunque igualmente me acompañó.

Alguna vez le he contado esta batallita, que ella dice que cree recordar, aunque seguramente solo lo hace para no quitarme la ilusión. Ella no lo sabe, pero cada vez que voy a su programa, tengo una enorme responsabilidad. Es como un examen, y siento que no puedo fallarle a mi influencer. También siento la satisfacción de poderla ver en acción, allí, delante del micrófono, en vivo y en directo.

La influencer nos abrió camino. Hemos aprendido de ella a preguntar, a dialogar, a decir lo que pensamos sin crispación, nos ha dado lecciones de feminismo, cuando casi nadie hablaba de feminismo. Una mujer que desde muy joven se enfrentó a un mundo, el de la comunicación, plagado de jefes hombres, como casi todos. Y siempre fue de cara. Por eso le quitaron su programa de radio, porque la emisora cambió de accionistas y en la Moncloa la influencer no estaba muy bien vista. Me sabe mal no haberle preguntado a Aznar, en la entrevista de mañana, que qué recuerda de aquel episodio.

El lunes Julia Otero nos contó que tenía cáncer. Y lo hizo como solo ella sabe hacerlo, con un mensaje lleno de fuerza pero donde también se intuía el miedo. Cualquiera de nosotros lo tendría. “Ocúpate, no te preocupes”, nos dijo Pau. Es fácil decirlo y además no sé quién soy yo para darte ningún consejo. Pasa por boxes y vuelve pronto con tu Ferrari rojo. Que necesitamos que la influencer nos siga llevando por el buen camino. T’estimo, ­Julia.

 


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