ABC, 12 de febrero de 2005

JESÚS LILLO

Andaban el otro día de tertulia cultural en «Hoy por hoy» cuando Iñaki Gabilondo lamentó -a propósito de la baja taquilla registrada por las películas españolas durante 2004- que hubiera gente por ahí que celebrase la crisis de nuestro cine. No tardó en terciar Javier Rioyo, tertuliano del magazín y director del «Estravagario» de La 2, para asegurar, sensiblemente dolido, que tres cuartos de lo mismo estaba sucediendo con algunos presentadores de televisión, cuyos fracasos también eran festejados por determinados sectores. Sirva este elemental discurso victimista para advertir que, además de malas películas y malos programas, comienzan a irrumpir en el santoral del pensamiento español los mártires de la televisión de progreso, profesionales del liderazgo moral y subvencionado que se quejan de que nadie les hace caso y que, lejos de cuestionar su capacidad para sintonizar las demandas del público, se dedican a denunciar conspiraciones, linchamientos y persecuciones. Como en el cine, pero en la tele. Hay motivo para establecer sinergias.

La vistosa serie de batacazos que han protagonizado, una detrás de otra, las estrellas reclutadas en los últimos meses por TVE no debería ser el argumento de ninguna celebración. Ahora se lleva el humor inteligente y no está del todo bien visto reírse de quienes tropiezan, aunque lo hagan con nocturnidad y periodicidad semanal. Quizá resulte tentador para espectadores patológicos asistir a la retransmisión de estos cepazos, pero, en tiempos de moderación y buen talante, la reacción más recomendable e integradora es cambiar de cadena.

Rioyo, Julia Otero o Wyoming, en cuya azotea -según rezaba un anuncio de la propia TVE- «no existe el vértigo ni el miedo al ridículo», no tienen que preocuparse de lo que vayan diciendo por ahí. Para estos profesionales no representa ningún peligro lo que se pueda comentar de sus respectivos programas. Esas manías y fobias, tan frecuentes en el agónico mundo del cine español, no se han manifestado, al menos hasta ahora, en la tele, un mercado abierto y cuyos profesionales han conseguido, con el pasaporte de unos buenos datos de audiencia en la mano, salir airosos de las peores campañas. Más preocupante es el papelón que están haciendo algunos en TVE, porque a ver quién los contrata después de demostrar, con periodicidad semanal, lo que son capaces de hacer delante de una cámara. Por si acaso, ensayan una nueva vida. No se vive mal de mártir. Casi de cine.


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