Estrella Digital, 2 de noviembre de 2004

Daniel Martín

Jerry Springer es una de las grandes estrellas de la televisión norteamericana gracias a su “talk-show” The Jerry Springer Show, quizás el programa más escandaloso del mundo. En el último mes, los temas tratados por Springer y sus invitados (de esos dispuestos a vender a su madre por salir en pantalla) han sido del estilo: “Solteras a la caza de hombres”, “Cariño, se ha acabado lo nuestro”, “Estoy enamorada de mi primo”, “Amiga, dormí con tu hombre” o “Madres racistas”. Es decir, temas patéticos idóneos para un público cotilla y amante de las desgracias ajenas.

Jerry Springer es una estrella populachera en Estados Unidos, quizás el país de influencia cristiana, Ciudad del Vaticano aparte, más puritano del mundo. Este presentador ha sido perseguido y criticado hasta límites insospechados, como demuestra uno de los últimos grandes éxitos del West End londinense: The Jerry Springer Opera, un musical que parodia la televisión basura en general y el show de Springer en particular, y donde, en una imposible recreación del programa, Jesucristo es el invitado principal del “talk-show” y termina recibiendo reproches de su madre, Poncio Pilatos, Adán y Eva, Satanás, e incluso Dios. Es decir, Jerry Springer ha sido atacado, condenado e incluso parodiado, pero todavía puede vérsele en numerosos canales estadounidenses.

Mientras, en España, donde no andamos tan lejos de la basura “springeriana”, los canales de televisión andan perdidos en encuentros consultivos sobre los contenidos de la programación televisiva en la mal llamada franja infantil que va de las seis de la madrugada a las diez de la noche. Aparte de que las costumbres han cambiado, como demuestra el hecho de que Ana y los siete sea una de las series más populares entre los niños, los canales juegan a mostrarse consternados y dispuestos a cambiar las cosas mientras, día tras día, continúan emitiendo la misma basura de siempre.

Y la cuestión no es regular una serie de puntos que fijen las directrices de los contenidos audiovisuales. Entre esa regulación y la censura creo que no hay excesiva distancia, y es un camino bastante peligroso que evoca momentos tristes del pasado. La cuestión, como ocurre en el ejercicio de cualquier profesión, comienza desde la propia ética personal del involucrado. ¿Cómo decidir los contenidos de un programa como A tu lado, dispuesto a lanzar a la fama a cualquier “mindundi” con tal de subir la audiencia? ¿O de Aquí hay tomate, que hace del insulto su santo y seña? ¿Acaso es mucho peor, moralmente hablando, un programa como Salsa Rosa que el pastiche de sucesos, bodas y divorcios de Gente, programa estrella de La Primera, y que algunos describen como de buen gusto? ¿Acaso se puede esperar algo de una cadena que, después de estar años consintiéndole todo a María Teresa Campos, se dedica a criticarla con saña y rencor desde el momento que comenzó a trabajar con la única competidora?

La cuestión no consiste en regular los contenidos de la televisión, sino en usar el sentido común para que esos contenidos sean mínimamente éticos. La cuestión no es que se digan tacos o se hable de sexo, sino que ninguno de los valores de los que “informa” nuestra televisión pueden considerarse mínimamente aceptable. ¿Acaso lo es la fama bien remunerada fruto del sexo, la infamia o la prisión voluntaria? ¿Acaso el endiosamiento de la “aparición televisiva”? ¿Y qué decir del grito, el insulto y la vaciedad como medios de comunicación (in)humanos?

The Jerry Springer Show es una basura de programa que sobrevive porque tiene un público numeroso y fiel. Pero, nada curiosamente, este programa sólo se emite por la mañana, en un horario poco o nada infantil. Pero, como allí existe un mercado, a los estadounidenses siempre les queda el recurso de cambiar de canal. Aquí, tal y como van las cosas, del mando a distancia sólo nos sirve el “Off”.

Por eso no debemos alegrarnos porque las televisiones se pongan a hablar sobre sus contenidos. Desde el momento que están de acuerdo en la baja calidad de sus emisiones, en la basura que venden, ¿no deberían ellas mismas, y por separado, plantearse la posibilidad de mejorarlos? Si saben que lo suyo es mierda, ¿no deberían usar el cerebro de una puñetera vez? Todo debería comenzar desde la creación, personal y no comunal, de un código deontológico. Pero la deontología, como el mercado televisivo, en España es un concepto de ciencia ficción.

P.S.: La buena televisión nace de la profesionalidad, el trabajo y la inteligencia. El martes pasado se estrenó en La Primera Las Cerezas, programa conducido por Julia Otero. En los tres cuartos de hora de entrevista a Jordi Pujol y Felipe González hubo más televisión que en los últimos tres años sumando toda la basura de todas las televisiones españolas. Simplemente porque estaba bien hecho y los dos invitados tenían algo que decir. Así de fácil.


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