El Periódico, 26 de junio de 2002

Ferran MONEGAL

Alegría en casa: ayer salió Ramón Sánchez-Ocaña en La columna (TV-3). ¡Ah!, este admirado periodista consiguió mantener un programa (Más vale prevenir) de 1969 a 1990. O sea, una compañía servicial, profiláctica, durante 21 años seguidos. No obstante, nosotros siempre le recordamos en aquel anuncio, tan sugestivo, en el que salía y nos hablaba de la margarina. Sí señor, gran tema el de la margarina. Era entonces un producto bastante desconocido en estas latitudes. En aquellos tiempos había dos tipos de criaturas. Unos, los menos, se comían cada tarde el bocata untado con mantequilla. Los otros, la mayoría, se zampaban el chusco seco, sin elemento fluidificador alguno; todo lo más, un chorrito de aceite, o empapado en vino y azúcar. Eran tiempos en que la mantequilla era un lujo. Sánchez-Ocaña consiguió en toda España, en su papel de apóstol de la margarina, lo que aquí en Catalunya ya se había conseguido desde tiempo inmemorial con el tomate: meterle al chusco una capa de alegría baratita y que al hincarle el diente pudiésemos llegar al chorizo sin esfuerzo, como en un tobogán de gastronomía sencilla. Fue una gesta comparable a aquella otra que descubrió Marlon Brando con Maria Schneider en París. En fin, que hemos de coincidir en que Sánchez-Ocaña ha sido un pionero en la fluidificación del bocadillo. Ahora regresa con un libro titulado Cómo hice para perder 20 kilos. Le dijo Julia Otero, interesadísima: "Veo que se ha privado usted de comer fabada, embutidos y quesos". Y el autor, entre alegre y afligido, asentía.

Su periplo televisivo resume la historia del país. En los 60, aquí reinaba un hambre canina y nuestro hombre democratizó el pan duro a base de meterle margarina. Ahora, 35 años después, nos enseña a adelgazar. O sea, parece que hemos engordado mucho. Cabe reflexionar si nuestra gordura es de calidad, o de piensos de tercera categoría.


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