Dice Enrique Gil Calvo en su último libro, "El nuevo sexo débil", que las mujeres tienen en el mercado laboral la misma suerte que los inmigrantes, obligados por la discriminación o racismo a aceptar el subempleo como resignada adaptación forzosa y buscando la sobretitulación académica para protegerse. Si es escandaloso que las mujeres cobren de promedio el 27% menos a igual trabajo, lo es más que las titulaciones universitarias reciban la mitad de los honorarios que sus iguales masculinos.

Eso las que consiguen un empleo, porque en esta España que va de perlas la diferencia entre el paro femenino y el masculino es la mayor de toda la Unión Europea.

A muchos empresarios que contratan mujeres a condición de que renuncien a la maternidad hay que darles por escrito algunas cifras elocuentes: el absentismo laboral de los hombres es de 1,4 horas al mes; el de las mujeres, el 1,1. Las bajas maternales cuestan a la Seguridad Social 88.000 millones anuales; las bajas por enfermedad, casi 500.000.

La precariedad económica, no digamos la total dependencia, escribe el futuro de muchas mujeres, salvo el de las ochenta y tantas a las que les arrebataron incluso eso el año pasado. Al menos se ha roto socialmente uno de los silencios históricos más repugnantes. Las reivindicaciones urgentes no permiten reflexiones de largo recorrido; sin embargo, el feminismo del siglo que viene debe comunicar nuevos mensajes.

Tenemos la casa limpia, los hijos criados y encima volvemos a fin de mes con el dinero de la nómina. Visto que no se impresionan, habrá que hacer algo. (P.D.: 8 de marzo, 12 horas, manifestación en la plaza Universitat, Barcelona).

Julia Otero
Periodista


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