Editorial del 16 de octubre de 2023

Se inicia a segunda semana de violencia en Oriente Próximo, hoy es ya el conflicto más mortífero de los que ha vivido la Franja de Gaza, que es una gran cárcel a cielo abierto en la que viven dos millones de personas. La mitad, por cierto, no llega a 18 años.

Esta mañana parecía que se alcanzaría un alto el fuego temporal para abrir un corredor humanitario entre Egipto y Gaza, pero esa esperanza se ha ido desvaneciendo a medida que transcurrían las horas. En Occidente la guerra entre Hamás e Israel es un nuevo motivo, un motivo extra de polarización.

El mundo está dividido en bandos y es terrible, porque eso implica que no hay matices, no hay grises, no hay un abordaje alguno de este quiste purulento que tiene el mundo que pueda debatirse racionalmente. La más mínima conmiseración, por ejemplo, sobre la vida de los palestinos, es sinónimo de estar con los terroristas de Hamás. Entender por otro lado, el derecho a la legítima defensa de Israel es sinónimo de apoyar los crímenes de guerra.

La pregunta más repugnante y devastadora para una especie que se dice humana es: ¿pero los bebés, qué eran, palestinos o judíos?

De verdad, a veces da entre asco y vergüenza pertenecer a esta especie. En ese escenario internacional en el que todo tiene efecto reduccionista y polarizador, hoy nos queremos preguntar qué papel están jugando Estados Unidos y el club europeo al que pertenecemos, o sea, la Unión Europea. También el papel de todos nosotros, de los ciudadanos. ¿Puede influir la protesta, la presión social en el primer mundo en el que estamos en contra de esa barbarie?

 


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