Editorial del 8 de mayo de 2023

300 millones de personas estuvieron este fin de semana viendo, en algún momento, la coronación de Carlos III de Inglaterra.

Una ceremonia que llevaba 70 años sin celebrarse y plagada de simbolismo, pompa y arcaísmos. Desde la cuchara del siglo XII con la que le pusieron los aceites presuntamente sagrados, al trono medieval o la silla del siglo XVII en que Carlos III recibió la Corona de 2kilos, casi 500 diamantes y otras piedras preciosas.

Ninguna Casa real en la Europa actual se atrevería a organizar un evento de este cariz, con semejante derroche -aunque la cifra de lo gastado no ha trascendido aún- y nombrando a un Rey por la gracia de Dios y por mandato divino en una sociedad británica especialmente multicultural y multiconfesional. Ahí está, sin ir más lejos, el primer ministro o el propio alcalde de Londres, uno hindú y el otro, musulmán.

Lo cierto es que el mundo no puede apartar la mirada sobre ese espectáculo con una mezcla de pasmo y extrañeza. Así que vamos a darle una vuelta a por qué nos resulta tan hipnótico semejante espectáculo anacrónico.

¿Cuáles son las razones profundas de la aceptación de la Monarquía inglesa que pervive, superando incluso la desestructuración familiar más inmisericorde? ¿Es precisamente ese aferrarse a la tradición lo que la lleva a sobrevivir en este mundo del show-bussines en el que vivimos? Lo debatimos esta tarde con Juan Manuel de Prada, Elisa Beni y Juan Soto Ivars.

 


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