Editorial del 29 de septiembre de 2022

Las coaliciones de gobierno nunca son fáciles. Lo hemos visto en prácticamente todas las comunidades y en el gobierno de España, pero lo de Cataluña es el paradigma del caos. Hasta ayer un partido de derecha y otro de izquierda se soportaban y coexistían porque tenían un mínimo común denominador: el independentismo. Esa ha sido la argamasa de un gobierno cuyos miembros se detestan unos a otros -lo dicen en privado-, pero mantienen las formas de cara a la galería como los matrimonios de conveniencia.

El caso es que en vísperas del quinto aniversario del referéndum del 1 de octubre, Junts decide pedir en público y a bocajarro en el Parlament que el president se someta a una cuestión de confianza. He ahí una patada en la espinilla sin contemplaciones.

Aragonés, estupefacto, salió casi a media noche de ayer y después de horas de reunión, a comunicar la destitución de su vicepresidente y miembro de Junts, Jordi Puigneró.

La duda ahora es si Junts mantiene o no el órdago y abandona el gobierno en vista de que han echado a uno de los suyos. Pero los post-convergentes tienen ya muchos jinetes sin caballo, o sea, menos poder del que gozaron mucho tiempo, así que parece difícil que abandonen el Govern. Como en una serie cualquiera, veremos cual es el siguiente giro de guion. Fuera de la política se huele hartazgo general.

¿Podemos encontrarnos con el enésimo adelanto electoral en Cataluña? ¿Pueden gobernar juntos formaciones que se detestan, desconfían mutuamente y solo parecen estar pendientes de acusarse de traición? ¿Quo vadis, Cataluña? ¿A quién favorece la guerra interna del independentismo?

 


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