Editorial del 21 de junio de 2022

Reino Unido afronta este martes la mayor huelga ferroviaria en 33 años. Una huelga que amenaza con paralizar la red de transporte del país con graves consecuencias para los usuarios y, por supuesto, para la economía.

Las reivindicaciones de los trabajadores seguro que les suenan familiares: con una inflación prevista del 11% para este año, la oferta de subida salarial para más de 40.000 trabajadores ha sido solo del 2%. Eso sobre unos sueldos que llevan en Gran Bretaña muchos años congelados.

La huelga en el Reino Unido, etiquetada como “verano del descontento o el enfado” es una advertencia, un primer aviso del muy probable “otoño caliente” que se aproxima en toda la Unión Europea y que puede amenazar la democracia liberal por aquello de que la furia social siempre la aprovechan las formaciones antisistema. Estamos en una economía de guerra, en una sociedad que no se ha recuperado aún de la crisis de la pandemia.

El encarecimiento del coste de la vida y la precariedad laboral puede ser la chispa que prenda la calle. La historia ha demostrado que la inflación destruye gobiernos y puede poner todo patas arriba. Europa ha asumido la necesidad de plantarle cara a Putin, pero ¿estamos preparados para sobrellevar lo que supone?

Veremos cómo va a hacer frente Boris Johnson a una huelga muy parecida a la que plantearon los mineros a Margaret Thatcher hace más de 30 años. La solución de aquella fue, en parte, el inicio del modelo ultraliberal en toda Europa que trajo crecimiento económico pero también mucha desigualdad.

 


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