Editorial del 23 de febrero de 2022

Hace unos meses dedicamos el gabinete a la ucronía, esto es a elucubrar cómo hubiera sido la historia si un hecho puntual y trascendente no hubiera ocurrido o hubiera ocurrido de otro modo.

Hoy es inevitable pensar en una ucronía reciente. Imaginemos que el diputado Casero no se equivoca al pulsar dos veces en su ordenador a favor de la Reforma Laboral del gobierno de Sánchez. A partir de aquel 3 de febrero todo hubiera sido tan distinto que hoy no estaríamos hablando de la despedida de Pablo Casado. Nadie de los suyos le hubiese apuñalado, Feijoó seguiría en Galicia viendo crecer a su hijo y su mayoría absoluta y casi nada de lo que nos ha ocupado a los periodistas en los últimos 8 días hubiera tenido lugar. El papel del azar nunca debe ser subestimado, ni en la vida personal ni en la colectiva.

Pero Casero se equivocó y hoy Casado se ha ido con los apoyos que caben en un ascensor. Los suyos le han aplaudido esta mañana en el Congreso, sí, pero el cinismo traspasaba la pantalla y helaba la sangre a cualquiera con la mínima capacidad de empatía.

Un bel moriré tutta la vita onora, decía el maravilloso verso de Petrarca. Pero en política suele cumplirse poco y en el caso de Casado, muy especialmente, porque le han impedido siquiera morir políticamente con cierta generosidad. La dureza de la política solo parece soportable a los que viven dopados por el poder o por las ansias de conseguirlo.

 


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