Editorial del 2 de septiembre de 2016

Dentro de cuatro horas los diputados volverán a responder a la pregunta de si quieren o no investir a Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Un formulismo democrático, marcado en nuestra Constitución, que sin embargo carece de suspense alguno al saberse perfectamente los resultados. 170 diputados dirán que quieren que Rajoy sea presidente del gobierno, y 180 contestarán otra vez que no.

Rajoy volverá después a la Moncloa a ocupar ese especie de limbo político que es el gobierno en funciones, que no nos engañemos, manda y decide también. Y en ese purgatorio se mantendrá la vida política española hasta que pasen las elecciones vascas y se vea si la necesidad del PNV se convierte o no en la virtud que el PP precisa.

Mientras, menudean los linchamientos y las conminaciones. Todos hacia el mismo lado, hacia Sánchez, al que a fuerza de presión están convirtiendo en héroe de las bases. El es uno de los tapones, sin duda, pero sobre el otro, sobre Rajoy, se está aplicando el guante de seda. Salvo Felipe González, que acaba de pedir la cabeza de Rajoy para que el PSOE se abstenga. ¿Lo pedirá Sánchez esta tarde? Es la única duda.


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