Editorial del 25 de enero de 2016

Parecía que Rajoy tenía solo dos salidas con consecuencias opuestas. O sacaba adelante la investidura y gobernaba o fracasaba y se iba a casa.

El viernes, el presidente en funciones inventó una tercera vía que es la de irse yendo -según algunos- o la de desaparecer de la escena un rato para volver cuando los demás se hayan estrellado -según otros-.

Podría decirse que Rajoy está haciendo el muerto en espera de resucitar cuando los otros se hayan matado. Tiene a su favor que nadie rechista en público en su partido aunque haya movimientos orquestales en la oscuridad. También le favorece que las baronías socialistas hacen exactamente lo contrario con su secretario general: hablar mucho en público de Sánchez y, a ser posible, mal. O sea, auténticos compañeros de partido, según la tradición caníbal de la izquierda.

Los otros convidados, no de piedra pero secundarios, son Pablo Iglesias que sigue marcando la agenda pero que puede morir de éxito o de una sobredosis de titulares y Albert Rivera rodeado de mimos demoscópicos en los diarios de mayor tirada. Es prodigioso que las encuestas digan un mes después de las elecciones cosas tan distintas a lo que manifestaron los ciudadanos en las urnas. Pero aquí cada cual tiene su candidato y su infantería mediática para protegerlo.

Y así pasan los días y las semanas en bucle. Cuando todos despierten, los ciudadanos estarán aún más lejos.


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