Editorial del 16 de diciembre de 2015

Podríamos bromear con los belgas como hacen los franceses. Ya saben que los chistes de belgas son en Francia lo que los de Lepe son en España. Podríamos... si el asunto no fuera gravísimo.

Resulta que en una entrevista que se va a emitir esta noche en una televisión de Bélgica, el ministro de Justicia cuenta que el terrorista más buscado de los atentados de París, estuvo a tiro de la policía belga la noche del domingo 15 al lunes 16 de noviembre, pero que no lo detuvieron porque la ley belga prohíbe redadas y detenciones entre las 9 de la noche y las 5 de la madrugada, salvo delito flagrante o incendio. La policía belga no solo esperó al día siguiente sino que no hizo nada hasta tener en su poder la orden judicial. Era ya mediodía y Salah Abdeslam había volado del piso en que se guareció después de la masacre en París.

Es inaudito que a las autoridades belgas, el delito por el que podrían haber entrado de madrugada al piso de Molenbeek, no les pareciera lo bastante flagrante. O puede que no estuvieran seguros del todo de que Abdeslam estuviera allí, como ha dicho hoy la Fiscalía de Bélgica, pero ante la duda no es de recibo que dejasen escapar la oportunidad o, al menos, controlasen el domicilio para impedir la huida.

No solo los ciudadanos belgas están escandalizados. Hay razones para que lo estemos todos los europeos. Un mes después, el asesino que sobrevivió a los atentados sigue vivo y a salvo en algún lugar próximo.


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