Editorial del 9 de octubre de 2015

La pequeña Andrea, en cuyo auxilio tuvo que acudir la justicia para no prolongar una agonía cuyo final era irreversible, ha fallecido este viernes rodeada de los suyos en el hospital clínico de Santiago.

Hace 4 días y después de haber obligado a sus padres a buscar ayuda en la justicia y difusión de su caso en los medios de comunicación, el servicio de pediatría accedió, casi a la fuerza, a retirarle la sonda nasogástrica por la que se alimentaba artificialmente a Andrea. De nada había servido la resolución de los expertos del comité de bioética del Servicio de Salud gallego que había recomendado hace casi un mes que se abandonase la alimentación forzosa por sonda que prolongaba artificialmente su vida. El servicio de Pediatría del hospital no solo no tuvo en cuenta ese informe sino que pretendían dar de alta a la pequeña y enviarla a su casa.

Es fácil imaginar el calvario que han pasado unos padres entregados durante 12 años al cuidado de su hija, cuando han tenido que airear y acudir a la justicia por segunda vez para ser escuchados. En la estricta intimidad que, sin duda, hubieran preferido, nunca lo hubieran conseguido. Es así de triste.

Andrea ha muerto esta mañana sedada, sin el sufrimiento que soportó las últimas semanas por una obcecación terapéutica que es muy difícil de entender.

Todo nuestro cariño desde aquí a los padres de Andrea. Su hija descansa, al fin, en paz. Y, ellos pueden volver a la discreción y privacidad que tanto desean.


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