Editorial del 28 de enero de 2014

El gobierno de Ucrania, forzado a escoger entre Rusia o Unión Europea, escogió a finales del año pasado quedarse con mamá Rusia.

Empezaron las protestas ciudadanas en la Plaza de la Independencia de Kiev y al gobierno no se le ocurrió otra cosa que usar su amplia mayoría parlamentaria el 16 de enero para sacar adelante leyes anti-manifestación, esto es criminalizar cualquier respuesta ciudadana de protesta. Muerto el perro, muerta la rabia debieron pensar las autoridades ucranianas.

Pero el perro no murió y la rabia de los ciudadanos aumentó convirtiendo en violentas, protestas que habían sido pacíficas hasta entonces. Y llegaron las primeras víctimas mortales, prueba evidente de que en Ucrania estaban dispuestos a jugarse la vida por la libertad de expresión y manifestación. Hasta hoy, día en que el primer ministro se ha visto forzado a dimitir al tiempo que el Parlamento, en sesión extraordinaria, ha revocado las leyes anti-manifestación.

A esta hora se impone una calma tensa en la plaza de Kiev, donde muchos no se conforman con la dimisión del primer ministro y exigen también la del presidente.


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