Editorial del 19 de junio de 2013

En principio la música suena bien, pero no habrá letra hasta que el viernes el consejo de ministros apruebe la Reforma de las Administraciones Públicas.

En la melodía, Rajoy ha hablado esta mañana de 217 medidas para crear una “nueva cultura de la gestión pública, o sea, administraciones más austeras, útiles y eficaces”. Esa reforma, exigida por Bruselas desde hace tiempo, pretende evitar duplicidades, simplificar trámites administrativos y rebajar la burocracia. Y claro, ¿quién puede oponerse a esos objetivos? Nadie. Pero no sabremos hasta el viernes, tras el consejo de ministros, la letra de todas esas medidas. Y si me apuran, no estaremos al cabo de la calle hasta que esté todo publicado en el BOE.

Por de pronto, se puede adivinar ya el enfrentamiento entre administración central y algunas autonomías que verán en el paquete de medidas una forma de recentralizar. “No hay ideología -ha dicho Rajoy- solo búsqueda de la eficacia”. Veremos si todos los ven igual.

Eliminar el colesterol o la grasa de la administración es una loable intención. Otra cosa es que la reforma llegue al músculo o incluso toque hueso.


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