Editorial del 23 de junio de 2009

"El burka no es un signo religioso sino un signo de esclavitud y sumisión que atenta contra la dignidad de la mujer." Ayer a media tarde ya les leí estas frases, claras como el agua, pronunciadas por el presidente Nicolás Sarkozy en un solemne discurso ante las dos cámaras francesas, reunidas en el palacio de Versalles.

“No podemos aceptar", dijo Sarkozy, "mujeres prisioneras tras una rejilla, alejadas de toda vida social, privadas de toda identidad. No es la idea que la República francesa tiene de la dignidad de la mujer”.

Si ayer se pronució Sarkozy, fue porque una semana antes, un grupo de 57 diputados de todo el arco parlamentario, inquietos por la cada vez más frecuente presencia del burka en las calles francesas, pedían un debate serio al respecto. Una Secretaria de Estado de origen argelino dijo entonces, muy claramente que “era partidaria de su total prohibición”. Como lo es, por cierto, el uso del velo en las escuelas y centros públicos.

El burka no será bienvenido en la república. Otra razón para admirar a Francia. ¿Para cuando un criterio así de claro en nuestro país, dónde el velo está permitido y el burka ya no es ajeno a nuestras calles?


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