Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 4 de octubre de 2013

Está inventado: se llama Clarity Act y viene a ser un «dejemos las cosas claras, respetemos unos mínimos acuerdos, juguemos dentro de la legalidad de hoy y no hagamos trampas». El Parlamento de Canadá aprobó en el 2000 una ley de claridad (Clarity Act) de cuya necesidad se convenció solo después de un susto enorme, el que supuso cinco años antes el referendo soberanista convocado por Quebec. Los independentistas rozaron el 49,5% de los votos, y los federalistas el 50,5%. Un solo punto de diferencia nos aleja de saber qué habría ocurrido de haberse producido el resultado contrario. ¿Habría declarado unilateralmente Quebec la secesión? ¿Cuál habría sido la reacción del Parlamento canadiense? ¿Y la de la comunidad internacional?

La muy civilizada y próspera Canadá había despreciado y negado durante años que casi la mitad de los quebequeses ansiasen vivir en un Estado propio. Pero llegados a aquel abismo que dibujó el referendo unilateral de 1995, el primer ministro federal, Jean Chrétien, decidió usar la cabeza para pensar en lugar de para embestir. El Gobierno planteó a su tribunal constitucional (la Corte Suprema) tres preguntas cruciales, cuya respuesta llegó en 1998. El alto tribunal sentenció que Quebec no tenía derecho a separarse unilateralmente, pero al mismo tiempo consideró que, si una mayoría de sus ciudadanos lo deseaba, el Gobierno de Canadá debería sentarse a negociar. Añadió la Corte Suprema que, de hacerse otro referendo, sería el Parlamento federal quien aprobaría una pregunta clara, sin ambigüedad posible. Y por último, sentenció que la Constitución de Canadá permanecería en vigor y sería respetada por todos mientras la situación no cambiase. Curiosamente, tanto los federalistas como los independentistas recibieron con complacencia la respuesta de la Corte Suprema.

Las cosas, muy claras

Tras múltiples debates y conferencias -alguna de ellas con carácter internacional- nace la famosa ley de claridad, que deja, como su nombre indica, las cosas claras, muy claras. En primer lugar, otorga un papel al Parlamento canadiense para dar el visto bueno a la pregunta antes de convocar a las urnas. También antes de que eso ocurra se deberá acordar qué mayoría reforzada debe haber para que la escisión sea inapelable. Por último, la Clarity Act acepta que, si llega la secesión de uno de sus territorios, entonces sí habrá que cambiar la Constitución de Canadá. Curiosamente, desde que consensuaron unas normas básicas Quebec no ha vuelto a plantear otro referendo.

Hasta David Cameron se ha inspirado en el modelo canadiense para Escocia: pregunta clara, mayoría generosa y comisión electoral neutral. A día de hoy los sondeos dicen que los escoceses no se irán.

Lo dicho: el procedimiento está inventado y testado con éxito. Aquí somos más de ruleta rusa.


Política de Privacidad Política de Cookies © 1998-2024 juliaotero.net