Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 10 de mayo de 2013

No soy nadie para dar consejos, pero si fuera Rubalcaba me marcharía. «Rubalcaba es la cabeza más privilegiada de la política», dijo la semana pasada el expresidente Felipe González, y es innegable que le reconocen la inteligencia tanto los propios como los adversarios, por más que estos últimos lo hayan camuflado bajo términos como astucia, maquiavelismo o capacidad para la estrategia. Sus enemigos le han dedicado toda suerte de adjetivos venenosos, más tóxicos cuanto mayor era el miedo que producía su expectativa de liderazgo. La primera frustración entre su electorado y sorpresa entre sus detractores fue su papel en el debate electoral con Rajoy. Lo perdió pese a ser más brillante y mejor orador. Aquel día empezó a vislumbrarse lo que desde entonces ha quedado acreditado en cada ocasión: no hay futuro para alguien con tanto pasado. En solo 16 meses como líder de la oposición, Rubalcaba ha comprobado en carne propia aquella sentencia del cínico Andreotti: el poder desgasta, pero desgasta mucho más no tenerlo. Y más en estos tiempos en que la velocidad de la historia revuelca sin piedad.

Casi nadie confía en Rajoy, según el último barómetro del CIS, pero menos aún en el líder de la oposición. La suma de la expectativa de voto de los dos grandes partidos no alcanza ya la mitad del electorado y no hay cláusula suelo, es decir, no está escrito que no puedan seguir bajando a una velocidad constante e implacable que puede llevar al país a una gobernabilidad de locos. Ahora mismo la ciudadanía está noqueada por la traición de que ha sido objeto y ya no tiene eso que insolentemente le piden desde el plasma: paciencia.

La pereza intelectual de Rajoy

La presencia de Alfredo Pérez Rubalcaba al frente de la oposición alimenta la legendaria pereza intelectual del presidente del Gobierno, al que le basta una simpleza como «¿por qué no lo hizo usted antes?» para zanjar cualquier planteamiento distinto del suyo. Acabamos de tener un ejemplo paradigmático esta semana: la propuesta económica presentada por Rubalcaba para salir de la crisis ha sido despachada con un colosal desprecio gubernamental. «Que no lo haya hecho antes no impide que lo pueda proponer ahora», añade a la desesperada el líder socialista. Pero es inútil, el ruido del pasado sepulta y devora la credibilidad de cualquier propuesta de futuro. Y alguna, ya verán, se pondrá en práctica dentro de unos meses, cuando nadie recuerde que Rubalcaba la tenía en su paquete de medidas.

Los socialistas pueden tener la tentación de imitar el inmovilismo de Rajoy, dejar que el tiempo haga su trabajo y que el presidente se cueza en su propio jugo. Pero no hay antecedentes de que eso dé resultados fuera del PP. Rajoy carece de liderazgo, pero dispone de tiempo porque tiene el poder y la mayoría absoluta. Rubalcaba puede tener muchas respuestas, pero siempre le perseguirá la misma pregunta: «¿Y usted qué hizo?». La gestión y el estilo de Rajoy piden a gritos un líder de la oposición que salte al ring sin una ceja abierta.


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