Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 5 de abril de 2013

Esta semana ha empezado la campaña del impuesto sobre la renta del 2012. Los más diligentes ya habrán pedido a la Agencia Tributaria el borrador de sus datos fiscales para saber cuanto antes de qué mal van a morir. Ahora es cuando de verdad decenas de miles de profesionales y trabajadores van a comprobar que todo el dinero de más retenido de sus salarios por Hacienda durante el año pasado puede no ser aún suficiente para cubrir el incremento de tributación de las rentas del trabajo aprobado por el Gobierno de Rajoy.

No olvidemos que la horquilla impositiva ha aumentado entre un 0,75% y un 7%, la mayor subida de nuestra historia. Un comienzo algo más que prometedor para un Gobierno que cuando estaba en la oposición consideraba «un disparate contra el empleo quitarles recursos a los particulares y subir los impuestos, algo profundamente insolidario con las clases medias y trabajadoras españolas». Son palabras literales del señor del plasma en septiembre del 2009. No es de extrañar que los liberales que le votaron para librarse de los voraces socialdemócratas estén como están, dudando entre cortarse las venas y dejárselas crecer.

Ocurre además que el IRPF de este año llega como una infestación de pulgas al perro más flaco. Sí, porque, en el contexto de latrocinio, corrupción, amnistía a los mangantes, cuentas en Suiza y ERE tramposos, ¿cómo resistirá nuestra salud ética fiscal individual? ¿Cómo aguantarán nuestros valores cívicos colectivos, esos que anestesiaban el dolor de pagar imaginando cuántos tramos de carretera, pupitres o camas de hospitales públicos harían posible?

Por si todo eso no fuera bastante para poner a prueba nuestra decencia fiscal, el ministro del ramo lleva meses extendiendo insidias sobre diversos colectivos. Primero fueron los actores, a continuación los medios de comunicación, luego los partidos políticos, los futbolistas y hasta los tertulianos.

La actitud

Si el ministro tiene datos -que los tiene todos-, que dé los nombres. Y si es ilegal hacerlo -que lo es-, que cambie la ley con su flamante mayoría absoluta; pero mientras, que abandone esa actitud chulesca tan impropia de su cargo. Cristóbal Montoro, ecce homo, he ahí el hombre que no solo ha traicionado todos y cada uno de los principios económicos defendidos por él cuando estaba en la oposición, sino también el mismo que ha olvidado cómo debe comportarse un ministro de la Hacienda pública. Si su señoría sabe que «una de mis obligaciones es animar a la gente a pagar impuestos», no debiera ignorar que el método que emplea es tan dudoso como el sentido del humor que gasta.

El ejemplo más reciente, esta semana, cuando dijo muy campechano que se «había puesto de moda hablar de décimas del déficit», que tres décimas -las que le corrigió Bruselas al alza- no eran nada. Mil millones nos cuesta cada una. Y, como todo, saldrán de nuestros impuestos.

Nunca como este año, incluso los más convencidos pagaremos con mayor sentimiento de estafa.


Política de Privacidad Política de Cookies © 1998-2024 juliaotero.net