Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 9 de noviembre de 2012
«Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo». El candidato republicano, Mitt Romney, olvidó la sabia reflexión de Abraham Lincoln, válida hace 150 años y no digamos hoy, en la era de las redes y la comunicación exprés. El candidato Romney fue, durante su etapa como gobernador de Massachusetts, un hombre con reputación de buen gestor, partidario del control de la venta de armas, defensor de la libertad de las mujeres para decidir sobre su maternidad, atento a los derechos de los homosexuales e incluso promotor de una reforma del sistema de salud que sirvió de inspiración al mismísimo Obama. En definitiva, un republicano del ala moderada que habitaba allí donde se sienten cómodas las mayorías sociales y donde se ganan las contiendas electorales: el centro. Pero llegaron las primarias en su partido y el mormón más famoso sintió la necesidad de proclamarse «rotundamente conservador». El cordero tuvo que vestir piel de lobo y gritar más alto que nadie que «Dios creó América para conducir al mundo». Un micrófono indiscreto captó la irritación que le producía nada menos que la mitad de la población, «esos que se sienten víctimas y creen tener derecho a atención médica, comida o vivienda».
¿Quién es en realidad Mitt Romney?, se preguntaban los articulistas norteamericanos. Para seducir al Tea Party, que ha resultado ser el abrazo del oso, practicó aquella máxima de Groucho: «Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros». Se manifestó contra el aborto, prometió derogar la reforma del sistema de salud de Obama y se rodeó de tipos que hablaban de violaciones legítimas y de embarazos deseados por Dios. Romney quiso agradar tanto a algunos que dejó de parecerse a sí mismo y, lo peor, dejó de parecerse al país que pretendía dirigir.
Una suma de minorías
Será interesante asistir a la digestión que hagan los republicanos de su derrota. Por lo pronto, han descubierto que los hombres blancos no son ya suficientes para ganar. Ni siquiera sus mujeres han votado republicano. Las minorías han sumado hasta hacerse con la mayoría. Y no se engañen, no hablamos solo de hispanos, asiáticos o afroamericanos. Hay otras variables más allá de los orígenes: Obama ha conseguido el voto del 60% de los jóvenes, el 69% de los sufragios en las grandes ciudades, el 76% de los votantes homosexuales, el 57% de los americanos de clase media... y el 55% de las mujeres.
Cuando hace tres meses trascendió otra conversación de Romney que él creía privada, dio pruebas de que empezaba a leer la realidad que el martes pasado se confirmó. «Si afroamericanos e hispanos se comprometen tanto con los demócratas, tenemos un problema como partido», dijo. Y sí, tienen un problema: su electorado va a menos por edad y color. El viento se les llevó incluso el voto de la señorita Escarlata. Si son inteligentes, encerrarán al Tea Party en el salón de la señora Palin.
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