Fashion & Arts magazine, septiembre 2017

Los chicos estudiaban Periodismo porque creían que en la facultad todas serían tan guapas como ella, y las chicas, porque si Julia había triunfado sin comprometerse, ellas también podrían. La prensa no ha acabado siendo del todo así. No podemos culpar a Julia Otero de que una vez nos hiciera soñar.

Por Xavi Sancho

Foto: Outumuro

Entrevistar a alguien que es periodista es un encargo similar a bajar a por ibuprofeno para tu pareja cuando está nevando y la farmacia más cercana se halla en lo más alto de una colina, la atiende un señor que habla moldavo y la última vez que fuiste a por ibuprofeno para tu pareja te liaste y volviste con un Predictor y tres cervezas. Pero ser un periodista anónimo y que te manden a entrevistar a una de las mayores estrellas de esta profesión en los últimos 30 años es mucho peor. Algo que solo se puede afrontar o muy borracho o muy aterrorizado. La charla tiene lugar vía telefónica a las diez de la mañana en una sala de reuniones, por lo que, tras consultar con la médico de cabecera y con el tipo que me hace la declaración de la renta, opto por hacerla a pelo, o sea, acojonado.

“Esto ya lo he dicho varias veces” es una de las primeras frases queme suelta Julia Otero (Monforte de Lemos, 1959). En el caso de alguien menos amable, menos articulado y con un discurso poco armado respecto del mundo en que vivimos, en que vivíamos, e incluso en el que viviremos, esta sentencia podría provocar que alguien de poco carácter como servidor fingiera que hay mala cobertura, colgara el teléfono y dimitiera de este mundo, del que una vez habitó y del que pensaba habitar. Pero no. “Yo creo que hay que hacer un referéndum y que la gente vote. Un referéndum pactado, bien armado, con un resultado vinculante y, sobre todo, con una mayoría que sea superior a la mitad más uno. Un tema como el de la independencia de un país, en este caso Cataluña, no puede solucionarse con un 51%. Es curioso, porque cuando entrevisté a Carles Puigdemont se lo comenté y sugirió que estaba de acuerdo, que ese era un pacto al que podía llegar con el Gobierno central. Y no sé por qué pasó desapercibido. Yo quiero que se deje votar y quiero votar ‘No’ a la independencia. Eso sí, no tengo ni idea de si ese referéndum sucederá. De hecho, creo que no lo sabe nadie, incluso que nadie lo quiere saber”, comenta la conductora de Julia en la Onda, su magazine vespertino en Onda Cero y el cierre actual de su currículum. Para todo lo anterior, la Wikipedia, o yo qué sé; si es usted muy joven y se ha quedado sin datos en el móvil, pregúntele a sus padres qué ha significado esta mujer en el periodismo de este país.

Julia Otero es una de esas personas que puede salir ovacionada de las entrevistas televisivas sin necesidad de que trabaje el regidor, pasar una tarde con Anna Gabriel de la CUP y molestar lo justo a ambos lados del Ebro o enfrentarse en antena con Arcadi Espada y que la bronca sea más intelectualmente productiva que mediáticamente ruidosa. Y todo esto en un contexto comunicacional que parece entre poco y nada favorable a la sensatez. Desde los medios nos gusta pensar que esta deriva distópica se debe más al influjo de las nuevas tecnologías que a los devastadores efectos de la crisis en la que llevamos instalados desde hace más de una década cuando, en vez de redactores jefes nos pusieron gurús, y en vez de directores llegaron apoderados. Otero logra armar un discurso al respecto de esta coyuntura sin sonar como una cascarrabias que añora un pasado que no volverá ni tampoco una señora emocionada con esto de que en Instagram ahora se puedan poner más de una foto en cada post. “Por un lado debemos entender que los medios son ya definitivamente solo grandes empresas. Estamos en la era de la posverdad, que es la muerte del periodismo. Los medios están en la UCI, porque la verdad ya no importa, cada vez menos. Por otra parte, tenemos la revolución de Internet, que he abrazado con el cuidado de alguien que no es nativo digital. Jamás he sido refractaria a los cambios. Eso sí, nos encaminamos hacia un futuro incierto. Se van a perder millones de puestos de trabajo y aún no sabemos qué haremos con toda esa gente que es probable que jamás logre un empleo. Es muy bestia”, apunta. “Yo era femenina y feminista. Y esto no lo entendían”, recuerda. Cuando aún no se hacían camisetas con eslóganes molones y se intentaba llegar al triunfo ético del feminismo a través de la ubicuidad estética y la viabilidad comercial, la periodista ya se declaraba feminista. Y lo hacía maquillada. Y con tacones. Y hasta con una sonrisa. Esto era inaceptable. Una feminista no podía ser así. “Soy feminista desde que tenía 15 años y, mira, que esté o no de moda, no me molesta, si sirve para algo. El tema es que nos falta aún mucho y ya no solo debemos luchar para conseguirlo, sino para neutralizar a aquellos que piensan que está todo hecho. Que pedimos por pedir. El otro día las Juventudes Socialistas votaron a favor de la maternidad subrogada. Eso es una barbaridad. Una toxicidad”, remata. Queda mucho por hacer, casi tanto como queda por romper.

Este texto se ha interrumpido constantemente por culpa del ventilador, pues no había forma de que enfocara el aire hacia donde debía, o sea, al redactor y no a una pobre planta o a otra inocente ventana.

Cifras y letras

• Dice que haber sido tan cuidadosa con su vida privada le ha granjeado fama de borde. A ver, es complicado citarse con ella para una entrevista, pero una vez se logra, es encantadora, amable y lúcida, informa.

• Su hija Candela estudia Medicina, empieza a despuntar como modelo y se ha vuelto un rostro habitual de los medios.

• En Twitter tiene 951K seguidores.


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