La Vanguardia, 25 de febrero de 2021

Por Núria Escur

Cuando estos días rememoramos el 23-F todo el mundo se acuerda de la televisión. Las capturas grabadas de milagro en el hemiciclo, el energúmeno del tricornio, Gutiérrez Mellado sacudido como una hoja... Servidora no, servidora se acuerda de la radio.

Fue la única vez (antes y después de aquello) en que toda la familia se reunió alrededor del mismo programa radiofónico. El transistor presidiendo la mesa del comedor. Y un padre preocupado porque su hijo estaba haciendo la mili en Ceuta con los regulares (“como se monte un pollo, se va a primera línea de fuego, con los de la Legión”).

Gente que se levanta a las cinco de la mañana para cocinarte noticias

Durante un tiempo pude conocer de cerca ese mundo hermoso que conforma la familia de la radio. Gente que se levanta a las cuatro o las cinco de la mañana para que cuando el resto del mundo, indolente, se meta en la ducha a desgañitarse con Hoy puede ser un gran día , tenga ya cocinadas las noticias del día. La televisión es adrenalina, la radio es familia, la prensa es casa.

Entre ese grupo de gente tozuda y vocacional, en permanente estado de gracia, un día me tocó entrevistar a una mujer que lideraba el mundo de la comunicación. Habíamos urdido una especie de reportaje por entregas donde personajes de distintos ámbitos se disfrazaban para La Vanguardia en carnaval.

Aquella resolutiva rubia pidió ponerse un frac y un sombrero negro, bola en mano, emulando un socio del Cercle del Liceu en la Setmana Tràgica. Quería manifestar su rechazo, su cabreo, porque estábamos en el 2000 y aún no se admitían mujeres como socias del magno club. No reclamaba ese lujo para ella, sus ambiciones iban por otros pagos.

Hablamos mucho y le conté que un programa concurso presentado por ella, que ahora se me antoja hortera, casi me había salvado de una depresión. La periodista sonrió y me mostró una cicatriz en su abdomen, recuerdo de una operación a vida o muerte por un tumor que sufrió de muy jovencita.

Era gallega y catalana y se llama Julia Otero. Destila fuerza y determinación; no sabe el cáncer con quién se ha metido. Un beso enorme a Monforte de Lemos, que siempre nos quedará la radio, rapaza.

 


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