El Periódico, 2 de marzo de 2021

Miqui Otero

No somos parientes, pero aunque solo trabajo una hora a la semana con ella, hay familias unidad que solo pasan juntos la comida del domingo

Julia Otero

Durante muchos años de mi infancia y adolescencia, cada vez que decía mi nombre, debía responder a una pregunta: “¿Eres familia de Julia Otero?”.

Me lo preguntaba el practicante enarbolando la jeringuilla, me lo preguntaba el joven monitor de los campamentos (con un brillo bailándole en las pupilas que yo todavía no sabía interpretar), me lo preguntaba la profesora sustituta cuando pasaba lista ante toda la clase, me lo preguntaba la señora de la parada del Mercat de Sant Antoni antes de ofrecerme buñuelos de consolación. De consolación porque, aunque la callada respuesta en mi cabeza era “ojalá”, lo que salía a regañadientes de mis labios era: “No”.

No era extraño. En 1988, una jovencísima Otero aparecía cada mediodía en la pantalla en un programa llamado '3 x 4', al que yo, ya repelente entonces, contestaba gritándole a la tele: “¡12!”, como intentando ganarme el respeto de esa presentadora tan lista y cobrándome fama de lunático en casa. Casi dos décadas antes, David Bowie apareció en la televisión británica con ese peinado en llamas, pelirrojo y cardado, y cuando interpretó 'Starman' miró a su cámara y la señaló para cantar: “Tenía que llamar a alguien y te llamé a ti”. Cada adolescente inglés no solo pensó que le cantaba a él, sino que procedió a teñirse el pelo y a crespárselo para convertirse en su nuevo seguidor y amigo. Algo muy parecido a ese fenómeno pop sucedió con Julia Otero a la hora de la comida: de repente, las calles se llenaron de chicas con su peinado y cada vez que me las cruzaba, cruzaba también por mi mente la misma pregunta: “Entonces, ¿eres familia de Julia Otero?”

Pero Otero no era su peinado, claro. Era una imagen moderna al servicio de una periodista moderna en su ideología, gestos y lenguaje, que tanto inventaba un informativo feminista en el año 87 (30 años antes de que quedara bien serlo) como cantaba 'Blue Moon' o revolucionaba el entretenimiento, que hermanaba el magnetismo televisivo con el rigor que seguiría explotando durante su carrera, capaz de saber la raíz etimológica de una palabra, la ejecutiva de un Gobierno de hace tres legislaturas o una anécdota compartida con Gustavo Bueno o Milli Vanilli. No querría jugar al Trivial contra ella, vaya, ni se lo aconsejaría a ustedes: podría pulirnos en cualquier color.

A Otero se le empezó a mirar por el peinado y se le admiró desde entonces, y hasta ahora, por su cabeza. Era imposible seguir contestando que no, así que recuerdo perfectamente aquella primera cita preadolescente, labios cuarteados por las pipas y primer piti mentolado en el portal, cuando la chavala del colegio vecino me lo preguntó : “Entonces, ¿eres familia de Julia Otero?”. Y yo, aún tímido, pero potencialmente atrevido con mi única arma: la palabra, contesté: “Sí”, con el cuajo de añadir: “Aunque sería mejor decir que ella es familia mía”.

Luego, como esas pinturas rupestres de magia propiciatoria que se dibujaban para que lo que se dibujaba se convirtiera en realidad, tuve que apechugar con esa primera mentira inocente. Apellidarte Otero y apuntarte a periodismo en 1999 es tan insensato como llamarte Bubka y pedirle una pértiga a los Reyes Magos para ponerte a saltar alturas, como llamarte Copérnico y liarte a mirar el cielo por la noche para descubrir un movimiento astral sospechoso o como llamarte Roth y decir que eres escritor (en este caso salió bien). En la universidad, no solo era hijo de gallegos y del barrio vecino al de Julia, sino que estudiaba para periodista: “¿Eres familia de Julia Otero?” La entrevisté por teléfono con motivo del estreno de 'Las Cerezas', allá por 2004 durante mi primer año en un gran diario, y estuve a punto de preguntárselo yo a ella: “¿Julia, somos familia? ¿Te va bien si decimos que sí? Ya sabes, como dos cerezas unidas por la raíz y la vocación. Venga, va: una mentirijilla sin importancia”.

Desde hace unos años trabajo en la radio para Julia Otero. Cada viernes, el fin de semana empieza con ella y con un montón de nuevos amigos de enorme chispa que orbitamos a su alrededor y nos sentimos orgullosos de que así sea. Una buena forma de conocerla, como en esas películas en las que el detective investiga el paradero de la mujer y se fascina por ella a partir de las personas que la conocen y tratan y quieren, es mirar a la gente de la que se rodea. Cómo los recluta, cómo los mejora, cómo los cuida. Su respeto por el talento es proporcional al respeto por su oyente o seguidor: Julia no trata a nadie de idiota, pese a ser la más lista, la que tiene una inteligencia más versátil y la que la transmite con mayor encanto.

Cuando llevas un tiempo trabajando con ella, tienes claro que sería la elegida para recibir a una raza alienígena en representación de nuestra mejor versión. La que sabe siempre de dónde salió y adónde es mejor dirigirse. Y ya paro, que parezco José Luis Moreno presentando a su siguiente invitado. Pero es tan merecido esto que digo que lo digo a riesgo de parecer un pelota tamaño pelota Nivea. Y lo digo ahora que pasa por un momento delicado de salud, para que sepáis apreciarla vosotros aún más cuando vuelva.

La pregunta “¿Eres familia de Julia Otero?”, a la que tantas veces contesté con un “no” y de la que tantas veces pensé “ojalá” y a la que aquella vez en el portal respondí con un “sí”, podría tener ahora más gracia. Incluso ella bromea con el asunto en antena y a mí me encanta que lo haga e incluso deseo que esté escuchando la chica aquella a la que mentí en la adolescencia: ¡te lo dije! Y porque aunque solo trabajo en su programa una hora a la semana, hay familias unidas que solo pasan juntos la comida de los domingos, a la que se va con ganas, vino y postre. La próxima vez que nos veamos, el próximo viernes de 'Julia en la onda' que compartamos con el resto de equipo, que será pronto, prometo llevar Albariño y 'tortell' de nata.

 


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