La Voz de Galicia, 21 de agosto de 2010

La comunicadora vuelve cada año a Monforte, lugar al que la une el recuerdo de su padre y donde conserva la casa de sus abuelos

Por: Natalia Díaz

Aunque sus primeros recuerdos son de Barcelona, porque dejó Monforte cuando aún no había cumplido los tres años, Julia Otero no olvida sus veranos en la ciudad del Cabe. Regresó a Monforte con seis años, y a partir de esa edad, cada verano volvió para pasar cuatro o cinco semanas en la casa de los abuelos, en la aldea de A Penela, y que aún conserva. En la actualidad, continúa viniendo a Monforte, en parte por la huella que encuentra de su padre en la ciudad.

Hija única, Julia tenía a su prima de compañera de juegos. «Con siete años recuerdo levantarnos muy tarde, y a las siete de la tarde, cuando bajaba el sol, acompañábamos a la abuela a acercar las vacas a los prados. Llevábamos la merienda, un trozo de jamón y pan, y a veces un poco de licor café». De hecho, también se acuerda de cuando aún muy pequeña tomaba vasos de vino con gaseosa «del que hacía su abuelo» y merendaba el pan con vino y azúcar que le preparaba su abuela. No olvida las noches de verano, que pasaban de «fiesta en fiesta». «Nos dedicábamos a hacer un exhaustivo seguimiento de las fiestas que había por todos los alrededores. Incluso recuerdo que a alguna íbamos a pie». Tampoco olvida las comidas interminables en casa de parientes que «empezaban a las dos del mediodía y terminaban a las siete de la tarde con una brisca o un tute». Fue precisamente durante sus vacaciones en Monforte cuando aprendió a jugar a las cartas. «Jugaba a la brisca, el tute, el cinquillo... Cuando venía, no había televisión, por lo que hacíamos una vida de puertas hacia fuera -explica-, la diversión pasaba por la gente». Después de comer, los vecinos de su aldea se reunían en torno al cerezo de su casa, que aún sigue allí, y a la sombra del frondoso árbol unos charlaban, mientras otros echaban la siesta.

A medida que crecía, Julia se aburría en la aldea de sus abuelos, así que iba con frecuencia a Monforte con su prima. «Al no tener carné de conducir, después de comer, a la hora de la siesta, con un sol implacable, recorríamos cinco kilómetros a pie para ir al cine, a tomar algo, a pasear por el Cardenal...».

También vivió muy de cerca la siega. «Se esperaba a que la familia volviese en verano para echar una mano. La economía de subsistencia del campo gallego en aquella época contaba con los brazos de toda la familia para poder recoger la cosecha, se hacía con muy pocas máquinas y era un trabajo muy duro», rememora.


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