Magazine, 23 de mayo de 2010

Texto de Jaume Collell
Foto de Mané Espinosa

“No me gusta el hombre fácil, el que no selecciona”

Julia Otero. Esa mujer rubia y pícara, por encima de todo, es periodista. Como productora ejecutiva, acaba de lanzar el programa radiofónico Ya te digo en formato televisivo, para la cadena Neox. Por lo demás, cada tarde está al pie del cañón en su espacio de Onda Cero y, cuando se den las circunstancias, espera regresar a TVE con sus entrevistas

Tras treinta años de profesión, Julia manifiesta tener una buena relación con el sexo masculino, incluso cuando, en sus inicios, era la única mujer de la redacción. Hoy, a pesar de los avances, opina con tesón que los medios de comunicación no pueden dar lecciones de paridad a nadie, respecto a la presencia femenina en cargos decisorios. Muy pronto fija su condición de feminista. Lo es desde los 15 años, y no piensa que este sea un concepto simétrico respecto al machismo. “El feminismo no pretende hundir a los hombres, sino vivir en igualdad de condiciones”, asegura. Por lo demás, los hombres le encantan. Tan sólo deben existir diferencias en aquello que la naturaleza ha sentenciado. Los hombres nunca podrán parir, claro, ni las mujeres alardear de tanta fuerza física. Admite que somos polígamos por naturaleza, pero que “la cultura y la religión nos han vuelto, si no monógamos, monógamos sucesivos”.

Cuando repasa las miradas sobre los hombres a los que ha entrevistado, la periodista rememora a Anthony Quinn, como un sinvergüenza encantador; a un Xavier Cugat que se apagaba, en una decadencia que aún buscaba el glamur; a Santiago Dexeus, como el gran amigo de las mujeres; a Mario Vargas Llosa, liberal y seductor; a Alfonso Guerra, sensible aunque misógino, y al general Gutiérrez Mellado, aparentemente frágil y menudo, pero de una contundencia y claridad admirables respecto a la idea de España. Finalmente emerge la figura de un Paul McCartney atrapado en la mitomanía de sus propios mánagers, que exigían flores blancas y frutas por doquier, cuando, al final, nadie llegó a tocarlas. Lejos de veneraciones absurdas, a Julia le gusta recordar que se crió justo al lado de la casa natal de Joan Manuel Serrat: “Tengo grabadas en la memoria las interminables charlas, de puerta a puerta, entre nuestras madres, ambas inmigrantes”.

Esta mujer decidida, clarividente y tan ágil de respuesta mental, rechaza de plano al hombre mujeriego: “No me gusta el hombre fácil, es decir, el que no selecciona”. Se refiere a aquellos que se quedan con la primera mujer que se les rinde, sin valorar nada más. Le dan pena. “A mí, me gustan los hombres selectivos e inteligentes”, remacha. Por lo demás, considera el sexo algo serio, porque sin él es difícil imaginar la vida, y si el tema provoca risas, justifica, es porque engancha. Otra cosa es la ecuación sexo-edad. “Con veinte años, las hormonas lo son todo y, a medida que uno se hace mayor, el deseo decrece, y quien afirme lo contrario miente”, asegura sin rubor.

Ya es habitual que Julia reciba cartas o correos electrónicos de admiradores y detractores. Algunos mensajes son inoportunos, otros, como los de un señor que le escribe desde hace años refiriéndose a sus bonitas piernas, ya le parecen incluso entrañables. La presentadora cuida su imagen personal. Es muy coqueta. A sus 51 años busca aguantar el paso del tiempo de la mejor manera posible, sin sucumbir a las atrocidades que el bótox ha sembrado a su alrededor. Con su carácter hiperactivo, se ve como una persona exigente, cariñosa, trabajadora, algo torturada y llorona, pero en la intimidad. “La maternidad –reflexiona– constituyó un antes y un después, porque significó un cambio de óptica; de repente, todo me lo planteo a través mi hija.” Julia, finalmente, asume que nunca logrará dejar de equivocarse. Si falla, es porque le gusta arriesgar.


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