El País, 18 de enero de 2002

EMPAR MOLINER

"Los hombres somos transparentes para las mujeres, pero las mujeres son opacas para los hombres". Esto lo llega a decir un escritor catalán y lo matan. Pero el autor de la bella metáfora es José Saramago. La pronuncia el jueves en una charla con Julia Otero en el CCCB sobre su último libro (El hombre duplicado, Alfaguara; L'home duplicat, Edicions 62). Voy al acto porque me sorprende que sea Otero la encargada de presentarle. Recuerden que Saramago ha sido deificado y enaltecido por nuestros escritores, a la vez que críticos, más puros y minoritarios. Los puros y minoritarios no enaltecen a cualquier Nobel, a no ser que sea también puro y minoritario. Saramago, sólo les digo esto, fue presentado en Girona, hace un par de años, por el crítico y narrador Vicenç Pagès. ¿Qué ha sucedido para que hayamos pasado de Pagès a Otero? ¿Significa esto que hasta Saramago está en el otro bando?

Me siento junto a Bernat Puigtobella, el editor de Empúries, que, con el bolígrafo en la mano, aprovecha que el acto no ha empezado para corregir un fragmento del nuevo libro de Pau Vidal. A las 21.10, Otero se arranca con una anécdota sobre la primera vez que entrevistó al autor. Pronuncia su nombre con la dura jota árabe, como si José fuese castellano y no portugués. Luego le pregunta si la novela es divertida como han dicho en los periódicos, porque a ella no se lo parece. Les juro que, no sé muy bien cómo, Saramago contesta que a su protagonista le ocurre lo del payaso que no tiene más remedio que hacer reír a la gente, aunque esté triste por dentro. Esto lo llega a decir Fermí Fernández y lo matan. A continuación, nuestra comunicadora dice una de esas frases que tan famosa la han hecho: "¿Me deja, señor Saramago, que establezca un puente de complicidad con las mujeres?". Saramago la deja. "Pues", prosigue, "las mujeres descubrirán que el protagonista del libro se comporta in-su-fri-ble-men-te igual que muchos hombres que hemos conocido". Como ven, Otero se comporta insufriblemente igual que muchas mujeres que hemos conocido. Basándose -supongo- en su experiencia con el sexo masculino, generaliza. Si ustedes quieren ser igual de modernos, recuerden: sólo pueden generalizar con los hombres. No se les ocurra generalizar con otros colectivos de currículo manchado (como los alemanes de raza aria, la policía o los heterosexuales) porque quedarán como unos simples. Pero vean lo que nos revela Saramago. "Las mujeres habéis recibido este mensaje: el hombre es un tonto, ¡pero no lo digas nunca!". Todas nos reímos encantadas y decidimos comprarnos el libro. "Señor Saramago", observa Otero entonces, "nadie ha hecho hincapié en que ésta es una novela feminista. Y lo más trágico es que la forma de venganza que tienen los dos personajes es matar al otro acostándose con su mujer". Saramago replica: "No es trágico". Otero contrarreplica: "Yo creo que sí es trágico". Saramago recontrarreplica: "Me está manipulando. Me está diciendo lo que es trágico". Y a continuación, por si acaso, añade que la novela no es un panfleto feminista. Otero dice: "Bien". Porque Otero siempre dice "bien". Por ejemplo: "Bien. Dejemos el tema. Ese narrador irónico...". Aquí se interrumpe para exclamar: "Acotación". Y acota: "Un narrador un poco... ¿indolente?". Saramago niega. "No. Ha escrito 400 páginas, no es indolente: es que se toma su tiempo para narrar". La periodista, con su opacidad, no está de acuerdo: "Pues a mí me ha parecido indolente". El estilo de Otero con Saramago recuerda mucho el estilo de Mercedes Milà con el concursante ganador de Gran Hermano, que, a la misma hora, le tira los tejos en la televisión. Ahora te riño; ahora me río, comprensiva; ahora demuestro mi progresía; ahora me hago la cómplice; ahora, la humilde; ahora, como Antonio Gala, hablaré de mí; ahora me pongo en contra de tí;, ahora hablo bien de tu mujer, que es tan inteligente. Después de las preguntas de rigor sobre la novela, Otero, "como persona que trabaja en la comunicación", le pide al autor "un diagnóstico de la prisa". Esta pregunta la hace Pedro Ruiz y lo matamos. Saramago explica que no tiene ambición, que de pequeño iba descalzo, que sus abuelos eran muy pobres y que lo peor que nos puede ocurrir no es la muerte, sino el olvido. Como la cosa va bien, la comunicadora añade: "También quiero preguntarle por unas cuestiones de la realidad social". Y le pregunta por Lula y por Galicia. El escritor nos recuerda los millones de personas que mueren en África y se sorprende de que no nos indignemos. "Pero, en cambio", susurra Otero, "nos indignamos por lo de Figo. Eso es lo que nos indigna a los que comemos tres veces al día". Hombre. Yo creo que Otero, con la silueta que tiene, come menos de tres veces al día. Y yo como muchas más. Me gusta el fútbol, y Figo (al que no le veo transparencia ninguna) me indigna. Pero claro, a diferencia de la admirada Otero, el porcentaje de hombres insufribles que he conocido es el mismo que el de mujeres insufribles que he conocido. Y, lo que son las cosas, también he conocido a gays insensibles, a americanos no infantiles y, aún peor, a gatos que no eran ni intuitivos ni independientes.


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