Artículo publicado en El País 14 de noviembre de 1999
Texto: Fernando Delgado
El retrato de la veterana radio que cumple hoy 75 años posee algo de la voz antigua y nueva de Matías Prats o de Vicente Marco, ciertos rasgos de la serena madurez de Matilde Conesa y mucho del gesto juvenil y vigoroso de Juana Ginzo. Pero excepto ésta, que por joven parece una intrusa en el retrato de los veteranos que nos hicieron la radio casi inaugural, los demás han ido envejeciendo naturalmente, por fortuna para ellos y para nosotros. La radio, en cambio, no. Ella, como Juana, ha ido rejuveneciendo con la edad y es también su retrato el que conforman los perfiles de Iñaki Gabilondo, Gemma Nierga, Julia Otero o Javier Sardá en el escenario del cumpleaños del pasado jueves. Se trata de la evolución de un rostro a través de las fotos sucesivas del tiempo en un sentido inverso al que padecemos todos con nuestros propios retratos: cuanto más antigua es su foto, ella es menos niña. Por eso necesité oír la noche de los Ondas lo que dijo Gabilondo: "No añoramos aquella radio porque no añoramos aquel país, pero reconocemos a nuestros maestros".
La gratitud no empece para que la verdadera memoria se imponga, pero la reiterada nostalgia de los sueños que trajo la radio, para distraernos de la falta de libertad que soportábamos, pudo en los días pasados de celebración radiofónica saturarnos de evocaciones trasnochadas que, con la justificada apelación a nuestra personal memoria sentimental, nos dejara sentados junto a la vieja radio de cretona, ajenos al prodigio del transistor que le dio alas a la radio y la hizo más libre y omnipresente. Es más: la melancolía y la añoranza pergeñaron a veces, quizá sin querer, una elegía. No falta de razón: la radio de la ficción, el juego y el espectáculo que salía a la calle casi sólo a contar desfiles y a hacerse fervorín patriótico ha muerto. Nos dejó esta otra de la realidad, el testimonio, el documento y la conversación como una hija suya. Setenta y cinco años suman, pues, las edades de la madre difunta y de la hija en sazón. Ésta conserva la magia de su progenitora, pero es más sandunguera, arriesgada, andariega, comprometida y libre. Frente a tanta nostalgia, hoy es la radio la única que no siente nostalgia de sí misma. La televisión no es nada sin ficciones y convierte, a veces, la realidad en eso; la radio no es nada sin inmediata realidad y, a veces, la convierte en sueño.