ABC, 24 de agosto de 2004
Julia Otero vuelve a TVE con un programa de «testimonios» del que aún no se sabe gran cosa. Deja atrás «La columna», su espacio en la autonómica catalana TV-3, y se enfrenta al reto de que la cadena pública recupere un «share» tan trasquilado como su flequillo de hace unos cuantos años
BLANCA TORQUEMADA
«¿Te lo desplumo?». Este solícito ofrecimiento fue habitual en las peluquerías de barrio a finales de los ochenta, cuando estalló la popularidad televisiva de Julia Otero y las oficialas, amenazadora tijera en mano, decidieron que todas deberían parecerse a ella, con su flequillo de entonces, despeluchado y tieso. Los trasquilones dejaron muchas testas a medio camino entre Calimero y el gallo de Morón y consagraron un aderezo capilar que sólo le sentaba bien a la famosa comunicadora, por su ductilidad ante las cámaras y su equilibrio entre la candidez melosa y la beligerancia contenida. El programa de su primer gran éxito, que se llamaba «tres por cuatro», sacó a Julia de su esquina autonómica, Cataluña, y extendió a toda España la frescura de su talento. La historia se repite y Julia regresa a TVE en la temporada entrante con un espacio del que poco se sabe pero que se anuncia como de «testimonios». Veremos. Como siempre ha sabido medir su trabajo en las pantallas y no abrasarse en el fuego catódico (se toma años sabáticos televisivos, cíclicamente, y se guarece en la fresquera de la radio) es seguro que las entrevistas al desecho de tienta de los «reality» (kikos, noemís y demás morrallas) no tendrán cabida en el empeño. Irrumpe en el ente público, desplumado de credibilidad y de audiencia, catapultada desde la catalana TV-3 donde ha arrasado las últimas temporadas con «La columna», un sustento de fuste sólo resquebrajado por la reciente y sísmica entrevista a un José María García despendolado y aparentemente resentido en la que tan insólitas resultaron las aflautadas quejas del radiofonista como la sosegada capacidad de la maestra de ceremonias para lidiar la situación.
Julia es mujer de palabra (por algo estudió Filología) y profesa la moderación, pero con mayor o menor acierto se le ha colgado el sambenito de «progresista», hasta el punto de que algunos la considerarán un icono más de la horma de Zapatero. En lo que parece una pública reparación tras su intempestiva salida hace unos años de las tardes de Onda Cero (se presentó aquel episodio como una represalia orquestada por el Gobierno de Aznar en sus medios de comunicación afines), la nueva apuesta puede preludiar un estilismo televisivo del molde de Benarroch, envuelto en las pieles de los nuevos tiempos y la suavidad de una sonrisa. Así la parrilla de septiembre pinta monocorde en la cadena pública, con Wyoming como bufón Calabacillas de la corte de Caffarel, mientras los cineastas exigen el peaje de la autopista a Moncloa. Hay motivos. TVE busca la salvación en la vuelta a los orígenes omnímodos de canal único con bazas seguras y fuertes.
De ella se espera sin embargo que la afinidad no transite nunca por la militancia y que los difusos «testimonios» anunciados entren en ese amplio espectro llamado «interés general», sin baños de sectarismo ni de ramplonería. Sus ojos vivos y chispeantes serán alternativa (aunque aún ignoremos en qué franja horaria se moverá) al admirable coraje profesional de María Teresa Campos, sólo lastrado por su innecesario libro de memorias, o a Ana Rosa Quintana, fuera de circulación en la próxima temporada por imperativo de su otoñal embarazo. A la bella Otero no habrá sin embargo quien le busque las pulgas de su vida privada y quien rasque más detalles que los que conocemos, resumidos en un ex marido (el presentador de informativos Ramón Pellicer) y una hija llamada Candela. Su padre fue trompetista, y de ahí quizá le viene el resuello y la capacidad pulmonar para resistir el medio fondo, donde también cuenta la estrategia. Julia, como Reyes Estévez, está ya en la línea de salida (o de llegada, nunca se sabe con una avezada gallega pasada por el tamiz de su educación en Cataluña), a ver si TVE remonta puestos en el medallero del «share». Si no, se refugiará en la radio, como ha hecho cada dos por tres, o cada tres por cuatro.