El Periódico, 15 de noviembre de 2002

Ferran Monegal

Ayer por la tarde estuvo el arquitecto Ricardo Bofill en La columna (TV-3). Dijo Julia Otero, como preámbulo admirativo: "Este arquitecto, famoso en todo el mundo, casi nunca concede entrevistas. Llevábamos dos años detrás de él". Hombre, demuestra gran sensatez esta reservada actitud de Bofill. A la vista de los papelones que continuamente va interpretando su hijo Ricardito por los hipódromos televisivos, es muy natural que el padre huya cada vez que ve una cámara de TV. Es curioso esto del famoseo televisivo. Es una lluvia ácida que cala e idiotiza de manera irreversible. Me explico. Es más que probable que para la mitad de los habitantes del país, es decir, los menores de 30 años, este ser humano que entrevistó ayer Julia no sea más que el padre de Ricardito. O sea, que la referencia es el hijo. Tremendo estrabismo. Siendo el padre un genial proyectista de edificios y volúmenes por todo el mundo, los jóvenes a quien identifican es al hijo, criatura sin oficio conocido y sin más volumetría que ser carne de cañón televisiva. En plan señorito, eso sí.


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