El País, 19 de enero de 2002

Pilar Rahola

Y el bolero canta, cuando Carles Francino se ve a solas con Miquel Puig, 'soy ese vicio de tu piel, que no te puedes desprender, soy tu castigo...'. Castigo, lo que es castigo, podría parecerlo después del sainete que ha protagonizado el pluridirector de todo con el ínclito y a la par venerado periodista. Sin embargo, una, que cree a pies juntillas aquella aseveración de Joan Hortalà cuando era profesor de los tres actuales importantes -Josep Piqué, Anna Birulés y Miquel Puig- de que 'el listo es Puig', y por eso los otros dos fueron para ministros..., ha sacado del cajón su manual maquiavélico y ha improvisado una pequeña teoría. Veamos, si Puig es un hombre inteligente, si además es un hombre asediado -como dicen- por el partido que lo colocó en el cargo, y si tiene sobre la mesa, presión tras presión, la demanda de cargarse a Francino, ¿de qué manera lo mantiene? Pues tal cual ha hecho: cargándoselo con tal chapucería que no podía cargárselo. Como si después de lanzar la bomba -desplazando al periodista más referencial de la cadena, sin sustituto, sin explicación razonable, sin otro tufillo que el de la pura presión política-, cogiera el teléfono y dijera a los del otro lado: '¿Veis como no puedo tocarlo?'. No sé..., o Puig no es tan listo como creía Hortalà, y ha efectuado una chapuza digna de mérito, o es más listo que el hambre y va consiguiendo flotar a pesar del maremoto. Lo peor de todo, sea por chapuza o por maniobra, es que este tipo de conflictos usa nombres propios y los mancha, los contamina de baja estofa política. Pasó con Villatoro, usado para jugar un rato a ver quién es el guapo que pone director de TV-3, y ahora pasa con Francino. Desde luego, a ese pedazo de periodista lo van a convertir en héroe de la pluralidad a golpe de bandazo, pero también le están cargando las tintas de conflictivo en los ambientes directivos televisivos. Cosa que no solo es injusta, sino que es incierta. Venga pues..., a jugar con los profesionales, que para eso TV-3 se pinta sola.

Superado el penoso lío, de momento, lo que queda no es nada parecido a la sensación de paz espiritual. Bien al contrario, pone sobre la mesa el problema de fondo que subyace en la nostra y, por ende, en la televisión pública allende el reino: el fracaso de la democracia española para evitar que la injerencia política se convierta en el manual de uso televisivo. Hablemos de TV-3, ni que sea por los méritos recién adquiridos. ¿El problema es el intento de apartar los periodistas menos proclives a ponerse al teléfono? ¿El hecho de mantener a Francino mejora la calidad periodística del ente? ¿Resuelve el problema? ¿Es más plural ahora, que saca a pasear la caricatura de Mas diariamente en Set de Nit? De lo último sólo diré que durante más de un año la caricatura de Chirac estuvo saliendo en los guiñoles con cara de estúpido y repitiendo cada día una única frase: 'Franceses, comed más manzanas'. Lo hicieron tan entrañable que en Francia todo el mundo cree que ello fue decisivo para ganar las elecciones. De manera que... No. Ni con cuatro pinceladas de humor político, ni con el mantenimiento in extremis de Francino, ni con la categoría de una Julia Otero en antena, ni... se maquilla el problema endémico de una televisión que padece desde siempre su particular drama teresiano de vivir sin vivir en ella. O el shakespeariano de no saber quién es. Puede que tengamos el director general más independiente de la historia de TV-3 (¡y ya ven!), pero, con todo, TV-3 continúa siendo un colador de presiones políticas e improvisaciones programáticas. ¿De dónde surge ese mal que ya no es enfermedad, sino naturaleza? Por supuesto del momento fundacional: nacida para hacer patria y no para hacer periodismo, TV-3 aún no tiene ni modelo de empresa ni modelo de televisión, de forma que su único modelo reside en la pura improvisación, la idea luminosa del último director puesto a dedo, y las pulsaciones del cabreómetro del consejero de turno. Sin empresa no hay televisión, dicen los sabios del periodismo, y ahí está la cosa. Ello permite situaciones tan surreales como tener un director bicéfalo, mantener programas que sólo interesan a las cabras o no renovar programas, como el de Cuní, que son líderes de audiencia. ¿En algún remoto despacho alguien sabe qué modelo empresarial y televisivo se desea para la televisión patria? Si alguien lo sabe, no es consultado. Y de la falta de modelo, al poco nivel que lo político demuestra respecto a lo televisivo. No sólo me refiero a la injerencia permanente de CiU en TV-3 (lo he vivido en propias carnes...), sino a la falta global de discurso sólido. Seamos sinceros: ni un solo partido está por la labor de blindar la televisión pública de la injerencia política (en la línea de la BBC o de la televisión francesa), sino por la labor de salir más en pantalla. De ahí que los miembros del Consejo de Administración no sean escogidos por méritos profesionales, sino por cuestiones partidistas que tanto tienen que ver con favores pagados como con jubilaciones anticipadas. ¡Y encima forman parte de las comisiones de programación y de las contrataciones profesionales! Pero, ¡qué puñetas saben éstos de programación televisiva! De ahí que los jefes de prensa sean los interlocutores y / o los presionadores de los periodistas, de ahí que la sesión del Parlament acabe siendo una pura cuestión de minutaje. Nadie se toma en serio el debate sobre la televisión pública, enzarzados los partidos en conseguir ampliar su propia cuota de pantalla, y contentos como niños cuando, después de 50 llamaditas, han conseguido un buen titular. La miseria de quien gobierna y controla la televisión pública, desde su interés partidista, se suma así a la miseria de una oposición que tiene la misma tentación, sólo que arrastra mayor frustración. ¿La víctima? Una televisión presionada, controlada y encima sin modelo; unos profesionales zarandeados por huracanes ajenos; y un país que, veintitantos años después, no ha sido capaz de saber de qué habla cuando dice que habla de televisión pública. Juguetito de todos, así está, hecho trizas cual juguete roto.


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