El Periódico, 4 de septiembre de 2001

Ferran Monegal

Hombre, hay que agradecerle a Julia Otero que se haya reincorporado puntualmente a su puesto de trabajo (La columna, TV-3). Después del extraño Gol a gol de la primera jornada de Liga, en el que no vimos por ninguna parte a Jordi Basté --en teoría, su nuevo director y presentador--, y después del aplazamiento de la gran presentación de la nueva temporada de la teva, prevista para el día 6 y pospuesta --por ahora-- hasta el 12, lo de Julia es encomiable. Ha comenzado con intenciones tremendas, esta admirada señora. Ha contratado, de una sola tacada, a Pepe Rubianes y a Maruja Torres. Al primero, le ha mandado la tarea de llevar adelante un consultorio sexosentimental, una especie de Gigi l'amoroso, y Pepe, que es muy chulo, se ha presentado sin preparar guión ni nada. A pesar de ser un artista con más tablas que el Teatro chino de Manolita Chen, ensayó la postura del consultor carca que quiere a la mujer con la pata quebrada y en casa. O sea, buscaba una ironía. No acabó de encontrarla. Esperamos de este pollo soberbios momentos estelares, es decir, que sea en efecto "un bolígrafo punta fina", en vez de esa brocha que le ha salido en el primer programa. Animo. Más interesante ha sido el rol que Maruja Torres ha jugado: la mirada cáustica de una empedernida cinéfila. Lo es. Y lo explica a la pata la llana, sin guiños a amiguetes, que es el problema que a veces ha tenido Julia Otero en su programa: algunas tardes de la anterior temporada, viéndola acariciar el circulito de progres de salón de su entorno existencial, llegamos a temer que la audiencia, el transeúnte corriente y moliente, la abandonase. Ha aparecido Maruja, guapísima, además, y le viene bien a Eduardo de Vicente: ambos sí conforman una pareja de finos pinceles retratistas del séptimo arte.


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