Como dice el político de mayor rango en Cataluña, hay temas que a veces "no tocan". Esta impresión he tenido estos días al comprobar la reacción que ha despertado en el escenario político-mediático el tema del aborto. La horquilla del grado de interés suscitado por el tema oscila de poco a ninguno, de modo que es posible que nada vuelva a debatirse en el Congreso sobre la interrupción del embarazo hasta el otoño del 99. El PP impidió esta semana que el debate sobre la ampliación del aborto, propuesto otra vez por el PSOE, llegase al pleno del Congreso, ejerciendo un voto que el reglamento parlamentario consiente pero que el sentido común y la cortesía han desaconsejado siempre, de ahí que no haya casi precedentes.

Hay que agradecerle la sinceridad al secretario general del grupo popular, Gabriel Cisneros, que afirmó con mucho valor (y lo de valor no va con retranca) que sería hipócrita negar como razón última del veto el miedo a perder la votación. El gobierno ha echado cuentas y sabe que de repetirse la votación, sin ausencias vergonzosas como la de Felipe González la última vez, los partidarios de ampliar la despenalización son más que sus detractores. Y poco le importa que la mayoría quiera otra cosa. A este gobierno le compensa más una pequeña bronca planteada sin mucha convicción por sus socios políticos e incluso la oposición, que molestar a ciertos poderes fácticos que sin presentarse a las elecciones marcan mucho "el camino".

Mientras el aborto esté en el Código Penal, el dolor íntimo de tantas mujeres seguirá rebozado, además, en la inseguridad jurídica. Y ahí los tienen, entre la moralina y la indolencia. Y es que la mayoría de la Cámara no puede quedarse embarazada.

Julia Otero
Periodista


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