El aborto es detestable, pero lo es mucho más imponer a una mujer derrotada una maternidad no deseada. Las mejores cosas de la vida jamás pueden nacer de la obligación, sino de la libertad, y un hijo merece ser esperado con entusiasmo. Los partidarios del aborto no pretenden convencer ni imponer nada a sus detractores, pero lamentablemente no puede decirse lo mismo de estos últimos. Esa es una vieja discusión que no tiene arreglo. Como dice el filósofo Gustavo Bueno, el diálogo a menudo acaba mal. Dejemos, pues, la cuestión de fondo y centrémonos en la proposición de ley presentada por el PSOE para ampliar los supuestos legales del aborto. Sabiendo cuán ajustadas podían ser las cuentas, ¿qué hacían cinco diputados del PSOE, entre ellos su señoría González, fuera del hemiciclo? Caben tres supuestos: primero: que los socialistas hayan buscado nada más el gesto taquillero, un guiño a parte de su electorado; segundo: convencidos de la derrota, no creyeron necesarios esfuerzos inútiles (¡qué pena de oposición!), y tercero: que el PSOE considere que se trata de un asunto menor. En realidad hay un cuarto supuesto que, por descontado, rechazarían los socialistas con indignación, y es que quizá no querían ganar la votación. Y, si no, recordemos cuando la elección de Chaves en el Parlamento andaluz dependía de una diputada de su grupo, embarazada y a punto de parir, a la que algunos pretendieron trasladar en helicóptero con tal de que salieron las cuentas.
En democracia las formas son esenciales. Felipe González no puede estar en un atasco mientras su grupo pierde una propuesta prometida a su electorado por un solo voto. Así no se va a ninguna parte.
Julia Otero
Periodista