El fútbol es una religión laica que tiende a expandirse como el gas. Antes, los intelectuales de izquierdas insistían en que no se diese opio al pueblo porque así no se haría nunca la revolución. Pero visto que tampoco sale bien, como dice Umberto Eco, "¿qué más da?", que el pueblo tenga su opio. Otros, en cambio, sostienen que los alienados no son los miles de millones de personas que están pendientes de una pelota, sino aquellos lerdos que nada comprenden, ajenos a la belleza de la patada e inasequibles a la poesía del regate. Un ilustrado articulista español compadecía incluso a las mujeres por el papelón de "outsiders" que nos otorgamos. Yo misma me avergüenzo de haber recordado las barrigas hinchadas de niños famélicos que vi por primera vez de pequeña en la tele, aquellos biafreños cuyos padres se negaban a ser nigerianos, justo los días en que lo más importante para España era que Nigeria ganase a los paraguayos.
Este fenómeno planetario del fútbol conseguirá aún más maravillas. Dicen que el carismático portero del Paraguay tiene aspiraciones políticas en su país. Un tipo con tanto coraje y que sabe ser el revulsivo de su equipo, ¿Cómo va a ser un buen presidente? Un encuentro en la cumbre entre un presidente paraguayo ex futbolista y una primera ministra venezolana ex miss universo pondría los pelos de punta a nuestros abuelos, pero empezarán a verlo normal nuestros hijos.
En vista de que las revoluciones son una pérdida de tiempo, lo mejor es que El Corte Inglés se haga cargo de la gestión del país (le avalan la experiencia y los resultados) y que la representación del poder se la demos a quien meta mejor goles.
Julia Otero
Periodista