El País, 7 de agosto de 1999

LUIS GARCÍA MONTERO

Los periódicos y los programas de radio acaban pareciéndose a un paisaje. Hay cosas que nos acompañan en la vida, que forman parte de nuestra realidad hasta convertirse en una manía o en una costumbre. Somos una frontera andante, ciudadanos de nuestra marca de café, de nuestro gel de baño, de nuestra música, de las palabras que utilizamos para saludar al portero o a la vecina que comparte el ascensor, del orden o el desorden de nuestra mesa de trabajo, del tamaño y la flexibilidad de nuestra almohada. Casi todas estas compañías, limitan con nosotros en calidad de muebles, cuadros mudos para pasar por delante, estanterías que nos observan mientras dormimos la siesta, picos de mesa baja que buscamos con las rodillas para arañarnos. Los periódicos y los programas de radio son una costumbre, pero como están vivos, como respiran con la dinámica de los semáforos y las puestas de sol, se parecen a un paisaje. Caminamos por los titulares, por las fotografías, por las opiniones, por los nombres y los silencios. Cada paseante tiene sus recorridos. A mí me gusta recorrer temprano las páginas de EL PAÍS, subo las grandes avenidas de la información general y me detengo a fumarme un cigarro en las calles solitarias de Justo Navarro, Juan José Millás o Eduardo Haro Tecglen. Por la tarde, me gustaba también pasear por La Radio de Julia, cruzando sus barrios y sus jardines hasta llegar a esa inteligentísima y democrática plaza de las discusiones que se llamaba El Gabinete. Los emperadores de Telefónica no se han conformado con sablearme en las tarifas urbanas (para las conferencias hace tiempo que huí a otra compañía). Ahora me roban uno de mis paisajes preferidos. Los nuevos responsables de Onda Cero aprovechan la nocturnidad informativa de agosto para acabar con La Radio de Julia. Aunque llevaba años como líder de audiencia en su geografía horaria, afirman que el programa era demasiado intelectual, elitista. ¿Qué es un intelectual? Cada uno tiene su definición, igual que su recorrido por los paisajes de la prensa, y yo opino que un intelectual es hoy el ciudadano capaz de comprender las semejanzas que existen entre Jesús Gil, los emperadores de Telefónica y sus políticos. La conmoción provocada por Gil, la caza y captura de sus concejales, no se debe a sus inaceptables juegos mafiosos o a su demagogia populista, porque nuestra política está llena de especuladores y demagogos. El problema es que Jesús Gil no guarda las formas, no utiliza la máscara, el teatro de la política, y evidencia sin maquillaje los verdaderos colmillos de nuestra derecha universal. La dictadura del dinero intenta transformar los medios de comunicación en gabinetes de prensa. Los periodistas independientes, los intelectuales comprometidos, luchaban antes contra el poder político. Ahora es mucho menos peligroso criticar a un ministro que esforzarse por distinguir la información objetiva, la opinión libre y los intereses ideológicos de la empresa. La Radio de Julia era un programa libre, un hueco intelectual, una plaza solitaria, con opiniones incómodas para el teatro del poder. Ahora sólo es un hermoso recuerdo, por culpa de un vértigo más grave que la simple intransigencia de un partido.


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