Los primeros días de febrero, España y la Gran Bretaña se volverán a sentar para hablar de Gibraltar, aquel gran tema del patriotismo pre-constitucional que hoy no hace mover a nadie de la silla. No sabemos si en los bares o en la cola del pan de Madrid, o Guadalajara es un tema de conversación popular, pero, sin duda, aquí en nuestro país, no se oyen muchos comentarios, por no decir ninguno. En el Peñón se ha desarrollado, por la existencia de ciertas leyes tramposas, un tipo de delincuencia económica, por no hablar del contrabando o tráfico de drogas... Está bien claro que el gobierno español debe controlar las idas y venidas de los españoles menos interesados en ver los monos que en hacer blanqueo de dinero... pero aclaradas las reglas del juego ¿hace falta obligarlos a ser españoles?

Ellos no quieren; con un acento andaluz cerrado, los llanitos reivindican su estatus británico...

Se ve que eso del orgullo español no les ha conseguido contaminar. ¿Se puede imponer una nacionalidad? O lo que es lo mismo, ¿se puede obligar a alguien que se enamore de otro?

Las cosas de los sentimientos son difíciles de manejar, no entienden de imposiciones ni de amenazas. Sólo tenemos que ver el resultado en otros lugares.

Bona tarda. Comença La Columna.


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