Editorial del 14 de diciembre de 2016

Curioso que el expresidente del gobierno, José María Aznar salga en este momento a poner palos en las ruedas del gobierno, por lo que él entiende como una claudicación ante el adversario. Ha bastado que la vicepresidenta abra despacho en Barcelona y haya entonado un tibio mea culpa en algunas actuaciones del pasado de su partido, para que Aznar haya salido desde FAES con los tambores de guerra.

Con presidentes de honor así, para que quiere Rajoy enemigos ni adversarios políticos. No es que Aznar no pueda decir lo que le parezca oportuno, es que en el asunto de Cataluña no es precisamente él quien tiene legitimidad para hacerlo. A nadie se le olvida -a él quizás sí- que fue el artífice de aquel pacto del Majestic que dio vía libre a todas las peticiones de Pujol y tácitamente a todos los negocios que ya entonces perpetraban su familia y entorno. Eran los tiempos felices del catalán en la intimidad, aquellos en que se entregaba la cabeza de uno de los suyos, Alejo Vidal Quadras, que tanto incomodaba al Pujolismo. Eran también los tiempos de todas las corrupciones del PP que están ahora juzgándose.

Algunos aznarólogos escriben hoy que tal vez el exmonclovita está pensando en volver con un nuevo partido. Nada se lo impide. Mientras no sea así, la impresión es la de falta de lealtad. Algo parecido a lo que hizo hace unos meses con los suyos, Felipe González. De seguir así, ambos acabarán con todo el reconocimiento que un día tuvieron en sus propias filas.


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