Editorial del 8 de diciembre de 2015

Que prácticamente uno de cada dos espectadores vieran anoche el debate de Atresmedia es una buena noticia. Para Atresmedia, porque más de nueve millones de españoles se engancharon al primer debate a cuatro de nuestra historia reciente, pero también para España porque ese éxito de convocatoria implica un país concernido por la política, eso que hacen otros cuando los ciudadanos se desentienden.

Que en una campaña electoral, tan extraordinariamente distinta a todas las anteriores, el debate en tv entre cuatro políticos marque la agenda y se convierta en punto de inflexión, solo puede ser recibido como una buena noticia.

O sea, España no solo se moviliza para ver un Barça-Madrid... o una final de la Champions. Disculpen la comparación pero ya saben que los símiles futbolísticos son muy queridos para el ausente de la noche de ayer.

La Inmaculada Concepción nos ha traído sondeos a tutiplén sobre ganadores y perdedores del debate. Una fruslería que solo se convertirá en importante el 20 de diciembre. Hoy lo previsible es que cada uno dé ganador a su candidato y, en segunda posición, al rival con el que menos compita. Descontada esa perversión, ganaron todos los que fueron y perdió el que no se atrevió.


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