Editorial del 23 de septiembre de 2015

"Estoy avergonzado de ser español". Es la frase de Rafael Basterrechea, vicepresidente de la asociación de víctimas de la talidomida, cuando hoy han escuchado, en la sala de lo civil del Tribunal Supremo, cómo se desestimaba su recurso contra la sentencia que liberó a la farmaceútica alemana Grunenthal Pharma de indemnizarles.

Miles de niños nacieron en el mundo con graves malformaciones por culpa de un medicamento que recetaban a las embarazadas para evitar las naúseas. Aunque en el mundo ese medicamento fue retirado a finales de los años 60, en España siguió vendiéndose hasta bien entrada la década de los 70. Todas sus víctimas alemanas y de otros países europeos, sin brazos, o sin piernas, con todo tipo de deformidades, han recibido indemnizaciones millonarias de la farmaceútica. Salvo en España. Aquí ha prescrito. Lo dijo la Audiencia en el 2014 y hoy lo ha ratificado el Supremo. Ya solo les queda el tribunal Constitucional o el de Derechos humanos de Estrasburgo.

En un spot memorable, hace ya 1 año, las víctimas de la talidomida, aplaudían con sus muñones y felicitaban así a la farmaceútica Grunenthal, la gran favorecida por aquella sentencia. Y también por la de hoy. Cuando la justicia no se parece a lo que dictaminan los tribunales, algo va muy mal.


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