Editorial del 19 de marzo de 2013

En el código de conducta sobre el sospechoso de corrupción o acusado de corrupción, se produce una uniformidad de libro, sea cual sea el partido al que pertenece.

Tanta es la coincidencia que parece que ese manual esté escrito en algún lugar. Primero se niega todo, en paralelo se acusa a los adversarios y medios de comunicación de persecución con sucios intereses, llegado el caso se envuelven en alguna bandera y si, al fin, se produce la imputación, confiesan sentirse felices porque eso les permitirá defenderse.

Obviamente recuerdan que imputación no es igual a condena y ahí, a un señor llamado Demetrio Madrid, antiguo presidente socialista de Castilla-León, ya empezarán a silbarle los oídos porque es el hombre más citado de la historia reciente de España para ejemplificar la injusticia de una dimisión preventiva antes de que los tribunales le declarasen inocente. ¡Cómo será la cosa que sólo le pueden citar a él como ejemplo de dimisión injusta! O sea, que la estadística es tozuda a favor de la sospecha.

Los políticos no parecen haber entendido que todo ha cambiado en la percepción ciudadana. El último ejemplo, Oriol Pujol Ferrusola. Dijo que dimitiría pero el pillo no se refería a su acta de diputado sino a su cargo en Convergencia. O sea, sigue allí donde cobra, en el Parlament, y dice que lo deja allí donde nadie pueda comprobar si continúa ejerciendo de secretario general en la sombra.

La imputación del quinto hijo de Pujol es uno de los asuntos del día.


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