Editorial del 11 de febrero de 2013

La única dimisión que nadie ha pedido jamás porque tendría que vérselas con el mismísimo espíritu Santo, implicado en su nombramiento, es la que se ha producido esta mañana para sorpresa de propios –todos los católicos- y extraños –el resto-

Benedicto XVI ha dicho en latín, pero con total claridad, que su avanzada edad le impide tener las fuerzas para ejercer adecuadamente su ministerio. Dice el Papa Ratzinger también que “gobernar en estos tiempos la barca de San Pedro requiere tanto el vigor del espíritu como el del cuerpo, vigor –añade- que ha disminuido en los últimos meses de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.

El 28 de febrero a las 8 de la tarde el sucesor de San Pedro dejará de serlo y será convocado el cónclave para la elección de otro Papa.

Solo 2 veces en la Historia ha abandonado un Pontífice. La última, hace 600 años, de modo que se abren interrogantes sobre cómo tratarle a partir de ahora, dónde residirá y qué influencia tendrá en la marcha de la Iglesia. El vacío legal es evidente. Por de pronto dicen los teólogos que a partir del 28 de febrero, la Iglesia deberá actuar como si Ratzinger hubiera fallecido.

Es el gran asunto de un día en el que, además, el PP despidió al exmarido de Ana Mato, Jesús Sepúlveda.


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