Editorial del 18 de septiembre de 2012

Hace dos horas, por sorpresa, sin filtración ni sospecha previa alguna, la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre ha anunciado emocionada y resuelta que abandona la presidencia de la Comunidad, su acta de diputada regional y la política de primera fila.

Estamos tan poco acostumbrados a las dimisiones, no como trampolín para una ambición mayor, sino para volver a casa que aún medio país no da crédito. Con la voz quebrada ha contado Aguirre que Rajoy ha sido el primero en enterarse, justo antes de convocar de sorpresa y con urgencia a los medios de comunicación. Apenas 10 minutos después, en nombre del partido ha salido a despedirla el vicesecretario de Organización del PP, Carlos Floriano. “Es un día triste para el partido-ha dicho- porque se va un referente del PP.

Cabe desearle a Esperanza tantos éxitos en su nueva etapa como ha tenido en la política. Todos en el PP la echaremos de menos”. Electoralmente, desde luego que la añorarán –Aguirre ha sido una máquina de ganar votos- pero se intuye que en lo demás, alguien se ha quitado un peso de encima. Fíjense quién ha salido a valorar su despedida. Parece que alguien de la talla de Aguirre podía esperar que, al menos, fuera la secretaria general, María Dolores de Cospedal, quién agradeciese los servicios prestados en nombre del partido.


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