Editorial del 15 de marzo de 2011

Para que Fukushima no se convierta en Chernobil las paredes de contención deben seguir soportando la presión. Para que baje la presión hay que intentar desesperadamente que baje la temperatura en los reactores. Pero como el riesgo de explosión es no sólo real sino cada vez menos improbable, el gobierno japonés ha evacuado a decenas de miles de ciudadanos que vivían a 20 kilómetros a la redonda del complejo nuclear. Los que viven a 30 kilómetros han recibido el consejo de que se queden en casa y ahorren energía.

¿No queda ningún ser humano en Fukushima ni a 20 kilómetros ?. Todos han marchado, incluso los 800 operarios de la Central que desde el seísmo del viernes han trabajado sin descansar hasta hoy. Todos, menos 50 ingenieros, en cuyas manos están los japoneses como ha dicho el propio primer ministro. Esas 50 personas están en el infierno en un intento desesperado de enfriar los reactores dañados e impedir la explosión nuclear. ¿Cómo habrá sido la selección de esos ingenieros? ¿a dedo, se han presentado voluntarios para quedarse? ¿qué debieron sentir hace 8 horas cuando el último vehículo que evacuó al resto de operarios de la Nuclear, arrancó y se perdió de vista?. El mundo entero se compadece del sufrimiento de millones de japoneses. Nosotros también, y no nos sacamos de la cabeza a esos 50 héroes que se han quedado solos al borde del abismo. De su destreza y, sobre todo, de su suerte, dependen muchas decisiones que el mundo tomará en el futuro.


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