Editorial del 16 de marzo de 2010

Los policías españoles han recibido hoy una alegría: aunque llevan años pidiéndolo, hoy por primera vez un ministro del Interior, les ha hecho caso. Alfredo Pérez Rubalcaba, que sigue siendo una de las figuras más valoradas del gobierno de Zapatero, ha decidido denunciar en los tribunales a los que calumnian o injurian a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Desde que se encontró el cadáver del etarra Jon Anza, el entorno radical abertzale, ha hablado con claridad meridiana de “guerra sucia” de la policía española como explicación de la muerte de Anza. La autopsia de los forenses franceses, por cierto, dejó claro ayer que las causas del deceso de Anza fueron naturales y no presentaba ni un rasguño.

Siempre fue un clásico para el mundo etarra la acusación sistemática de tortura a la policía española. Y hasta hoy, parecía que no era posible otra cosa que aguantar la injuria por sorprendente que resultara en un estado democrático. A base de no protestar, incluso podía instalarse la sospecha de que tal vez “hubiera algo” de lo que avergonzarse en el comportamiento de las fuerzas de seguridad por más que fuera en relación a los terroristas.

Por eso entendemos hoy la alegría de los polis porque, al fin, se haga algo. Rubalcaba acierta y hay que reconocérselo.


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